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Un final indecente

Corrupción y prepotencia; empeños maniobreros de quienes entienden la política como el simple juego del poder por sí mismo; subastas apresuradas de un histórico patrimonio inmobiliario acumulado con el ahorro entusiasta de generaciones de trabajadores. Son muchos los elementos que vuelven indecente esta crisis final del PSI.Un ocaso indigno, sobre todo, del más antiguo de los partidos democráticos italianos. Los tiempos no estaban ya para celebraciones. El fin de la guerra fría, lejos de resultar la oportunidad histórica que muchos socialistas presumían frente al fracaso histórico del comunismo, se estaba revelando como un factor de división interna y de crisis.

La resaca de una década de atlantismo sin fisuras y de crecimiento económico sin prejuicios llegó puntual, con la caída del muro y el cambio de tendencia del ciclo. Pero los elementos personales pesan más que la situación internacional en este declive penoso. Y no hace falta- ser Sherlock Holmes para identificar al culpable que Benvenuto señaló ayer en su discurso.

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Baste recordar que, hace sólo semanas, Bettino Craxi celebraba su propia absolución en un Parlamento de espaldas a un país cuyas protestas descalificaba, como cosa de facinerosos. Y que el ex líder socialista ha seguido invitando a los buenos demócratas a preguntarse timoratamente cuál no debería ser el coste de la sagrada política. Todo ello, pese a la evidencia de que la política italiana de la última década dejó un agujero financiero capaz de tragarse a los partidos y al propio Parlamento. La crisis del PSI es la crisis de un modo de hacer y concebir la política no sólo la de un personaje.

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