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ELECCIONES 6 DE JUNIO

La lámpara de Aladino

JOSÉ MIGUEL LARRAYA, La economía puso ayer a prueba el carácter didáctico de los debates electorales, y la experiencia resultó sólo parcialmente positiva. En parte porque se repitió un defecto habitual en los espacios de este tipo: cifras, porcentajes y estadísticas eran manejados por los participantes de los dos debates televisados de la jornada con la soltura y la audacia con que los maestros de esgrima lanzan sus estocadas. Pero para estupor de legos en la materia, los mismos números cobraban perfiles distintos, cuando no contradictorios, cuando eran utilizados por unos o por otros, lo que evidentemente perjudica la credibilidad del conjunto. Maquillar las cifras, retorcer las estadísticas, combinar los números para descalificar al adversario, aburre al espectador mejor dispuesto.

Carlos Solchaga, ministro de Economía, y Rodrigo Rato, que aspira a ocupar esa cartera en un hipotético Gobierno conservador, protagonizaron en Antena 3 un debate denso, abstruso y, a veces, tedioso por los pequeños detalles a los que descendieron ambos políticos pese a los intentos de Manuel Campo Vidal que, desde su puesto de moderador, procuró reconducir el diálogo.

Solchaga, que subía al estrado con una coyuntura económica francamente adversa, salió, tal vez por ello, bien librado del encuentro. Pese a su soberbia intelectual, a su tendencia a menospreciar los conocimientos de su rival, transmitió la solvencia del profesor, del profesional que domina su materia y puso, más de una vez, en apuros a su adversario.

Rato se mantuvo en todo momento más moderado, sin entrar en descalificaciones personales, más atento a su electorado. Sometía la política económica socialista a una crítica total y buscaba en la economía familiar, doméstica, las metáforas de su mensaje: descenso de impuestos, reducción del déficit, aumento del empleo. Su momento más débil fue cuando tuvo que defender, sin demasiada convicción, las acusaciones formuladas por su partido contra el Gobierno en el caso KIO. Rato tuvo que soportar que Solchaga le acusara repetidamente de mentir y le emplazase a mantener lo que decía con las actas del Congreso en la mano al tiempo que le invitaba a acudir al juzgado.

Pero ambos políticos dejaron claro algo: no existe la lámpara de Aladino que ilumine este fondo de tres millones de parados en el que vive la sociedad española. Al final del debate, sobre la cifras, las estadísticas y los porcentajes se imponía la política del realismo y del pacto. Una política muy alejada de las promesas de imposible cumplimiento.

Al debate entre Solchaga y Rato, le precedió -en La 2- el encuentro entre José Borrell, ministro de Obras Públicas y Transportes; Francisco Álvarez Cascos, secretario general del PP, Alejandro Rebollo, dirigente del CDS, y Jon Gangoiti, parlamentario del PNV. El debate era sobre infraestructuras y, pese a ser a cuatro bandas, tuvo también el carácter de pulso entre socialistas y populares. Borrell y Álvarez Cascos monopolizaron la discusión, mientras Rebollo y Gangoiti se limitaron más a plantear sus peticiones a los futuros gobernantes que a explicar sus programas. Rebollo, cabeza de lista por Asturias, aprovechó bien su tiempo para abogar insistentemente por el túnel de Pajares, una reivindicación sentida por los electores de su circunscripción. Gangoiti, por su parte, pedía más inversiones públicas en Euskadi, reconocía su entendimiento con Borrell y se permitía reprochar a Álvarez Cascos por que olvidase el País Vasco cuando hablaba del Norte.

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Borrell y Álvarez Cascos, dos políticos sólidos, con un discurso bien articulado, buscaron el cuerpo a cuerpo, y demostraron ir bien pertrechados. Alvarez Cascos, relajado y seguro, esgrimía papeles ante las cámaras para demostrar la solvencia de sus datos. Borrell, uno de los portavoces más eficaces del partido socialista, se enfadaba con lo que consideraba malos trucos de su adversario, pero llevaba también su sorpresa: gráficos en color. Y sobre ese truco compartido -folios blancos y gráficos en color- se cerró el debate moderado con habilidad por José Antonio Martínez Soler. La imagen sigue valiendo, en televisión, más que las palabras.

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