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Tribuna:
Tribuna
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Ese cadaver

Naturalmente, no tengo la menor idea de por qué Bérégovoy decidió matarse. En este sentido, constato una gran diferencia a la baja entre mis conocimientos y los del resto del mundo, hecho que, por supuesto, tampoco supone mayor novedad. En efecto: andan por ahí asegurando que el ex primer ministro francés ha sido víctima de su alto sentido del honor, innoblemente cuestionado por la prensa. O incluso se aduce que su muerte es el cadáver no estrictamente simbólico que faltaba en la hecatombe de los socialistas franceses. Y hay quien, con intención para la que no alcanzan los adjetivos, atribuye a Mitterrand una trágica responsabilidad en el caso: cuando, suplicante, llamaba Bérégovoy al Elíseo y el presidente ya no se ponía al teléfono.Lo más formidable de este indecente vaivén en tomo al cadáver de un hombre es que los mismos que en Francia, y fuera de Francia, especulan sobre las impenetrables razones del acto supremo del ex primer ministro coinciden en que su muerte está relacionada, en lo sustancial, con esa capacidad de los medios de comunicación de ajusticiar a los hombres a través de la media verdad, el análisis sesgado y la superficialidad vana. Es decir, los mismos que son capaces de ajusticiar a Mitterrand o de establecer con pasmosa certeza las razones de su muerte; los mismos que se comportan con tanta y tan suma ligereza, claman al cielo por el presunto ajusticiamiento mediático de Bérégovoy, por la ligereza con que la prensa trató su honor. La hipocresía es fenomenal: en torno de ese cadáver se reproduce, pues, el cada vez más frecuente intento de atribuir a los medios una lógica de funcionamiento independiente de la lógica que ordena las conductas de políticos, jueces o comerciantes, toda esa gente tan soberbiamente segura de la razón del suicidio. Que la prensa cargue con ese cadáver, han dicho: sutil procedimiento para que con él no cargue nadie.

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