Listas tontas
LAS BATALLAS internas destinadas a decidir la composición de las listas electorales dan ocasión de comprobar hasta qué punto hay impostura en esa pretensión de falta de apego al cargo que forma parte del autorretrato que los políticos ofrecen a los votantes. Sin embargo, desde el momento en que la actividad política se ha profesionalizado, escandalizarse por esas batallas sería tan hipócrita. como hacerlo porque los futbolistas quieran cobrar por practicar su deporte favorito. E incluso podría hallarse un resto de noble emulación en el hecho de que las peleas no se produzcan sólo por ir en los lugares con posibilidades de salir, sino también por lograr el reconocimiento que los propios interesados atribuyen a su posición en el ranking puramente honorífico de los lugares de relleno. Esta vez la primera bronca se ha producido en Izquierda Unida (IU), pero podría apostarse porque otros partidos vivirán pronto situaciones similares.La renuncia de Sartorius, Almeida y Castellano -tres destacados miembros del sector renovador de IU que se han sentido desautorizados por las bases- a formar parte de las listas por Madrid podría perjudicar seriamente las posibilidades electorales de esa coalición (y no sólo en la capital). Coalición, porque eso es lo que sigue siendo IU, en contra del criterio de tales renovadores, partidarios de disolver en una sola formación a los colectivos que la integran. La resistencia de julio Anguita a aceptar la desaparición del Partido Comunista de España -del que es secretario general y al que pertenecen cuatro de cada cinco miembros de IU- impidió prosperar ese proyecto. Es una opción legítima, pero no muy coherente con la decisión de Anguita de acabar con el sistema de cuotas anteriormente vigente en la coalición para la designación de los candidatos.
La alternativa aplicada ha sido trasladar la de cisión a las bases mediante una votación secreta. Pero eso que al secretario general del PCE le parece el no va más de la democracia puede no ser suficientemente democrático. Los renovadores de Sartorius obtuvieron en la asamblea federal el 40% de los votos, frente al 60% de la mayoría liderada por Anguita. La misma proporción se registró en la federación de Madrid, por lo que hubiera sido razonable reservar de entrada a ese sector minoritario una parte significativa de los siete u ocho puestos con posibilidades de salir según los sondeos. También podía haberse contemplado la posibilidad de colocar en alguna otra circunscripción a dirigentes de indudable proyección nacional sin posibilidades de entrar en la lista de Madrid. Es lo que se acostumbra a hacer en todos los partidos democráticos, porque la democracia es algo más que la aplicación de la regla de la mayoría: implica también garantías de representación para las minorías.
Pero esa incoherencia organizativa refleja otra de signo político. Anguita, que no ha ahorrado reticencias hacia su ex colega italiano Achille Occhetto, ha rechazado reiteradamente que IU sea sólo la etiqueta electoral del partido comunista. Se trataría, por el contrario, de un proyecto político que aspira a recoger en su seno a todas las corrientes progresistas con voluntad transformadora. Pero un proyecto que pretende ser el catalizador de la izquierda, y no sólo su componente comunista, difícilmente podrá prescindir del sector que representan los ahora (implícitamente) desautorizados. Al negarse simultáneamente a la disolución del PCE y a otorgar a la minoría no comunista garantías de representación, da la razón a quienes vieron en IU una simple maniobra de camuflaje electoral.
La decisión de los tres conocidos dirigentes de retirarse de manera irrevocable pero a la vez apoyar a otros candidatos de su corriente renovadora resulta, de otro lado, tan insólita como estimulante, pues con frecuencia se confunde renovación con presencia de los que así se proclaman en puestos de,7mando. Sartorius, Almeida y Castellano han roto ese esquema, predicando con el ejemplo de hacer hueco a otros: la renovación bien entendida comienza por uno mismo.
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