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Reportaje:

Fronteras endebles

El referéndum de Eritrea y su probable sí a la independencia no cuenta con todas las bendiciones de los analistas en política africana. La propia Organización para la Unidad Africana (OUA) ha manifestado sus recelos hacia la fórmula adoptada por la comunidad internacional para resolver el conflicto al apuntar que supone un peligroso atentado contra el principio de la inviolabilidad de las fronteras coloniales.Este postulado, que la OUA convirtió en uno de los ejes de su actuación desde su creación, en 1963, es considerado por la mayor parte de los africanos como la única receta eficaz contra los conflictos tribales y territoriales que acechan un mapa político elaborado a golpe de escuadra y cartabón.

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Los propios eritreos intentaron ajustarse a este principio al alegar la diferencia marcada por las fronteras coloniales italianas como prueba de la legalidad de sus pretensiones independentistas frente a la tesis de Addis Abeba, donde todavía hoy triunfa la convicción de que Eritrea siempre estuvo, con más o menos autonomía, en la órbita del antiguo imperio etíope. Los veredictos contradictorios de los expertos de la ONU determinaron que, en 1952, la organización optase por una solución intermedia, la de una resolución a favor de la federación eritreo-etíope. Con ello, se extendió la sombra de la duda sobre la fundamentación jurídica de los secesionistas.

Según los ortodoxos, dar luz verde a un caso dudoso incentivará las tentaciones separatistas que en los años sesenta entristecieron el estreno de las independencias africanas, con los sangrientos intentos de secesión de Katanga, en el actual Zaire, o de Biafra, en Nigeria.

Incluso con la falta de perspectiva de un reconocimiento internacional, el movimiento de los nómadas tuaregs, que alimenta el viejo sueño de un Estado sahariano, ha desestabilizado Níger y Malí y ha añadido nuevos problemas a Mauritania y Argelia. En Senegal, los independentistas del Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamancia, la rica región situada en el sur del país, libran una guerra sin cuartel contra Dakar.

Sudán, escenario de una atroz guerra civil entre etnias musulmanas del norte y cristianos y animistas del sur, es un ejemplo de las trágicas consecuencias de un trazado colonial que, a veces, encerró en una misma entidad comunidades tradicionalmente enfrentadas.

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Existe también el caso opuesto, el de las poblaciones somalíes cuyo sentimiento de homogeneidad quedó frustrado por el reparto colonial en la zona entre Italia, Francia y el Reino Unido. La ilusión por volver a integrar en una misma unidad a los territorios que ahora corresponden a la actual Somalia, Yibuti, la provincia de Ogadén, en Etiopía, y el norte de Kenia, desencadenó en 1978 la guerra entre Mogadiscio y Addis Abeba. A pesar de los gestos de reconciliación, los pansomalistas siguen considerando que el estado actual es anómalo y acusan a Francia y a Etiopía de haber frustrado la unión entre Yibuti y Somalia.

Frente a ello, el golpe de efecto propinado en la guerra de clanes en Somalia por la declaración de independencia de Somaliland, en mayo de 1991, demuestra el poder desmembrador de las luchas tribales.

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