El francés Peyron da la Vuelta al Mundo en 79 días
Phileas Fogg, que era todo un caballero, se hubiera quitado el sombrero. El navegante francés Bruno Peyron materializó ayer uno de esos extraordinarios desafíos que los humanos se imponen a sí mismos: la vuelta al mundo en 80 días en un barco de vela. Su compatriota Julio Verne lo soñó hace 120 años en una célebre novela. Pero Phileas Fogg, el personaje de Verne, utilizó medios terrestres, marítimos y aéreos para realizar su imaginaria hazaña, mientras que Peyron se deslizó tan sólo sobre las aguas, impulsado y a veces obstaculizado por los vientos. Peyron llegó el día 79.
El navegante cruzó a las 21.17 horas de ayer la línea de meta imaginaria entre la isla francesa de Otiessant y el cabo inglés de Lizard y ganó así el trofeo Julio Veme. El neozelandés Petr Blake y el francés Olivier de Kersauson abandonaron.Peyron y sus cuatro compañeros de hazaña no forzaron la marcha en la última etapa de su travesía. Bajo un cielo gris y con un mar en calma, su catamarán, el Commodore Explorer, se fue acercando a la meta a la prudente velocidad. de 13 nudos. El desafío estaba prácticamente ganado desde el pasado domingo. En realidad, a Peyron y su equipo les sobraron 17.43 horas. Su vuelta al mundo duró algo más de 79 días, uno menos que los que necesitó Phileas Fogg para presentarse en el londinense Reform Club y anunciar que había ganado su apuesta. El límite para la empresa del navegante francés se fijó a las 15 horas, dos minutos y 27 segundos de hoy. A esa hora pasó la misma línea el pasado 31 de enero, en la salida.
"Una nave espacial"
"Es como si bajáramos de una nave espacial; vamos a necesitar volver a tomar contacto con la realidad", declaró Peyron a su llegada a la meta. Poco antes había dicho a través de su emisora de radio: "Estamos muy tranquilos, muy serenos, pero con la impresión de venir de otro planeta". En un estado más lamentable se encontraba el catamarán, duramente afectado por terribles tempestades, diversos choques y una esquiva constante de las basuras que surcan los mares y océanos del planeta.El récord anterior lo fijó en 1990 el navegante francés Titouan Lamazou, ganador entonces de la vuelta al mundo en solitario en 109 días. Como él, Peyron no podía efectuar ninguna escala en tierra y renunciar a cualquier asistencia exterior.
Contaba para ello con el Commodore Explorer, el antiguo y prestigioso Jet Services, ya laureado con múltiples récords. Aumentada su eslora de 23 a 26 metros de largo para soportar mejor las enormes olas de los mares del sur, es el catamarán más grande y más rápido del mundo. Peyron contaba también con su propia experiencia. Hijo del comandante de un petrolero, Peyron, de 37 años de edad, recibió una formación de oficial de marina, aunque de inmediato renunció a esa profesión y se lanzó a la aventura. Su primera victoria fue el segundo lugar que conquistó en 1982 en la Ruta del Ron, una de las grandes travesías del Atlántico. La última, hasta ayer, era haberle arrebatado en julio del pasado año a Florence Arthaud el récord de travesía en solitario del Atlántico.
Peyron, llamado el Poulidor de los océanos, pertenece a esa vigorosa casta de aventureros franceses de la mar que también cuenta con los nombres del remero Gerard D'Abboville y los regatistas Marc Pajot, Philippe Pouppon, Florence Arthaud y sus hermanos Loick y Stephane Peyron.
Pese a estar parcialmente financiado por una empresa de informática, Peyron asumió deudas personales de 40 millones de pesetas para poner a punto su barco. Luego reclutó a cuatro viejos amigos: Jacques Vincent, Cameron Lewis, Olivier Despaigne y Marc Vallin. Ellos serían su passepartout, los equivalentes del compañero de viaje de Phileas Fogg.
Tras superar sin problemas el cabo de Buena Esperanza, el Commodore Explorer alcanzó el 24 de febrero una progesión diaria de 460 millas marinas al día. Avanzaba hacia su destino como una flecha. Al timón siempre había un piloto atado con unos correajes y protegido por un casco y una careta de buzo. En el minúsculo habitáculo del navío los otros navegantes intentaban conciliar el sueño pese al ruido infernal de las olas, el silbido del viento y el gemir de las baterías. Una situación que Peyron comparó a "la de un metro recorriendo una montaña rusa" o "el motor de una lavadora lanzada a la velocidad de 25 nudos"
El sueño de Julio Verne
Una primera tempestad en los mares del Sur seguida de una grieta en el casco de estribor, estuvieron a punto de dar al traste con la aventura. Así describió Peyron por radio el espectáculo de las olas de 14 metros que se les venían encima: "Lo malo es que no bajan, es que se nos caen encima como una pared". Luego vino el infiemo del cabo de Hornos, con vientos de 150 kilómetros por hora. Esos vientos soplando sobre el enorme mástil de 31 metros empujaban al catamarán a los escollos de la Tierra de Fuego. "Lo tenemos todo preparado para un posible naufragio" comunicó Peyron por fax.
Cachalote y basura
Finalmente, el velero aprovechó unas horas de calma para franquear el cabo. Sus cinco navegantes estaban exhaustos.El Commodore Explorer comenzó a remontar el Atlántico. El 10 de abril chocó con un cachalote, pero este accidente fue acogido con simpatía por la muy ecologista tripulación. La indignación vino luego, cuando el velero tropezó con un inmenso madero a la deriva. Peyron no pudo aguantar más: "Hemos tenido que esquivar muchos más leños y bidones metálicos que ¡cebergs. Los mares están hechos un asco, son unos basurero?.
Los mares combatieron al barco hasta el último momento. El pasado domingo, Jacques Vincent y Olivier Despaignes fueron arrancados por una gigantesca ola cuando se encontraban al timón. No cayeron al mar gracias a los arneses que les sujetaban al navío. "Vincent", informó Peyron, "ha chocado violentamente contra un palo. Tiene el rostro ensangrentado, pero no parece grave. Sólo son unos cuantos cortes en el cuero cabelludo".
Al llegar ayer a su meta, el Commodore Explorer había recorrido más de 27.000 millas marinas en 79 días, a una velocidad media calificada de "extraordinaria" por todos los marinos del mundo: 14,5 nudos. Sus tripulantes, mojados, salados, curtidos, heridos y felices, se apresuraron a declarar que la aventura de Phileas Fogg había sido más meritoria. Entre caballeros estaba el juego.
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