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El nazismo brota en Tokio

Un grupo racista japonés exige la expulsión de los inmigrantes ilegales del archipiélago

Juan Jesús Aznárez

Racistas japoneses a las órdenes de un jefezuelo gallina exigen en Tokio la expulsión de los trabajadores ilegales extranjeros. "¡Fuera del país esos delincuentes que destruyen nuestra cultura, tradiciones y seguridad!", reclaman en cartelones. La esvástica rubrica alguno de los pasquines. Dirige la partida un discípulo de Hitler que no da la cara porque teme que se la partan. El apóstol nipón, de 52 años, sólo se explica cuando se le garantiza el anonimato. Asegura llevar 20 años predicando la verdad del maestro. "Creo en el nazismo".

La piel blanca y las cabelleras blondas o rojizas nada tienen que temer en Japón. Son un valor seguro. A juzgar por la localización de los rebuznos, emitidos en más de 2.500 cabinas, tapias o farolas, la campaña de la Liga Nacional Socialista apunta especialmente hacia la comunidad iraní. Los domingos, cerca de 4.000 emigrantes de esta nacionalidad se reúnen en los parques de Ueno y Yoyogi, y allí comparten experiencias y proyectos. La policía agrega otro tema de conversación: los delitos cometidos a lo largo de la jornada por quienes no trabajan. Alí Taji es un ingeniero iraní que abandonó su país después de la revolución islámica de 1979. Reconoce que la mayoría de los japoneses piensa que son peligrosos "porque están influenciados por la prensa. Entre nosotros hay buenos y malos. De la misma forma en que no todos los japoneses son yakuzas [mafiosos], tampoco todos los iraníes somos delincuentes".El cabecilla nazi, con domicilio social en Tokio, alerta contra Ia entrada de gente de diferentes países que provoca confusión en Japón, donde se atesora cultura y tradición. La seguridad pública es precaria en Estados Unidos porque allí convive gente de diferentes razas y religiones". Subraya también el fanático que la militancia de la Liga aumenta por momentos.

Un diario de Tokio la calculó en unos 15 miembros, aunque esta parroquia pelona pareciera legión pegando carteles. Hiroshi Komai, profesor de la Universidad de Tsukuba, recomienda no bajar la guardia a pesar de que la campaña, aparentemente, no gana adeptos. "La gente tiende a buscar una válvula de escape en momentos de incertidumbre social. En nuestro caso, la provocan los escándalos y la recesión económica. Algo parecido está pasando en Alemania". La Liga Nacional Socialista no actúa sola. Grupos ultraderechistas con megáfonos y camionetas demandan en la capital japonesa también la expulsión de los trabajadores extranjeros ilegales: 293.000 en el último registro del Ministerio de Justicia. Un 35% más que el pasado año. Los tailandeses suman 53.000; los coreanos, 37.000; los filipinos, 34.000, y los iraníes, 33.000, según el ministerio. El número de iraníes ha descendido en un 18% después de que Tokio y Teherán, a iniciativa japonesa, suspendiesen un acuerdo sobre libre entrada. Sus respectivos nacionales podían permanecer hasta un máximo de tres meses sin permisos especiales. Cumplido ese plazo, la mayoría de los iraníes permanecía en Japón, empleados en el sector de la construcción. Las ofertas de trabajo escasean con la crisis y, en su defecto, afloran brotes de xenofobia.

Manos teñidas

El pasado mes, un parlamentario liberal de la ciudad de Kobe arremetía contra las "estúpidas" compatriotas que se casan con esos "extranjeros sin provecho". Masao Kokubo declaraba en una comisión presupuestaria del parlamento sentirse "extraño" ante la presencia de un grupo de más de diez paquistaníes o indios. Pero lo gordo llegó después con esta perla: "¿Habéis dado la mano alguna vez a un negro? Da la impresión de que se te tiñen las manos".Las manifestaciones del parlamentario de Kobe fueron rápidamente contestadas por el Gobierno: "Sus declaraciones, en modo alguno representan el sentir japonés, y sería lamentable si fueran presentadas públicamente como el punto de vista de la mayoría", precisó el portavoz del Ejecutivo. Varios han sido, sin embargo, los comentarios oficiales que provocaron en el, pasado airadas protestas, fundamentalmente en Estados Unidos. En 1986, el antiguo primer ministro Yasuhiro Nakasone atribuyó a la población negra y a minorías el coeficiente de inteligencia más bajo de Estados Unidos. Cuatro años más tarde, el entonces titular de Justicia comparó a los negros con las prostitutas, en el sentido de considerar ambas comunidades como factores determinantes en el deterioro de cualquier relación vecinal.

Los coreanos forman quizá el grupo social más castigado. Son más de 700.000, la mayoría nacidos en Japón y hablando únicamente japonés. Casi todos descienden de aquellos que llegaron a este país, de grado o por fuerza, para trabajar durante la ocupación colonial nipona de la península coreana entre 1910 y 1945. En los años de la II Guerra Mundial se les aplicó la nacionalidad japonesa, y muchos debieron alistarse en el Ejército imperial. Terminada la contienda y la presencia norteamericana, en 1952, perdieron la nacionalidad, y con ella, los beneficios sociales asignados a los japoneses. Recuperar los derechos es posible, pero el papeleo y la amargura son tales que la mayoría desiste y se resigna a vivir en el gueto. El doctor coreano Hyoon Woo Hyang, que atiende a inmigrantes asiáticos, es rotundo: "Aquí, los residentes ilegales no son seres humanos. Sólo constituyen una fuerza de trabajo para sostener la economía".

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