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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra interminable

EN LOS últimos días se ha producido un brusco enconamiento de la guerra que enfrenta a Armenia y Azerbaiyán, azuzada por el peligro de una intervención de Turquía, hipótesis que su presidente, Turgut Ozal, ha evocado durante una visita a Bakú.- El éxito de los armenios en su reciente agresión les ha permitido ocupar una décima parte del territorio de Azerbaiyán, provocando el éxodo de cientos de miles de azeríes. La invasión ha sido condenada no sólo por Turquía e Irán -defensores de los azeríes por razones religiosas y étnicas-, sino por el Consejo de Seguridad de la ONU, que ha exigido la retirada de los armenios.Esta guerra dura ya más de cinco años y ha causa do 60.000 muertos. Su origen debe buscarse en el enclave de Nagorni Karabaj, situado legalmente dentro de la República de Azerbaiyán, pero cuya población es armenia en proporción aplastante. Esta población se proclamó independiente de Bakú, recibiendo de Armenia apoyo político y militar frente a los intentos de las tropas azeríes de reconquistar el enclave e imponer de nuevo su dominio. Durante casi todo el conflicto, los armenios han contado con la clara simpatía de la opinión occidental, por cuanto defendían a un pueblo al que los azeríes no quieren reconocer sus derechos nacionales.

Pero en la última fase de la guerra las cosas han cambiado. La influencia del presidente armenio, Petrosian -partidario de una solución negociada basada en una amplia autonomía para Nagorni Karabaj-, ha sido desplazada por la de grupos nacionalistas, dirigidos por Mamikián, partidarios de integrar el enclave en Armenia por la fuerza; es decir, conquistando las zonas azeríes situadas entre el enclave y el territorio de la república. Es lo que ha ocurrido, en los últimos días.

Es absurdo pensar que este éxito miitar, por neto que haya sido, pueda servir de base a una situación estable. La ceguera de los nacionalistas les lleva a no ver todos los factores que juegan en ese complicado problema. El entorno internacional es absolutamente desfavorable para los armenios, como lo demuestra una larga historia en que éstos, cristianos adosados a una amplia región musulmana, han sufrido terribles persecuciones, hasta el punto de ser casi exterminados por Turquía en su territorio durante la 1 Guerra Mundial. Por otra parte, Azerbaiyán tiene una población mucho más numerosa que Armenia. Pensar que aceptará mermas de su territorio es absurdo. Ante la frustración de la derrota sufrida, la amenaza ahora es que el Gobierno de Bakú -que no ha sido contrario a la negociación- sea desplazado por nacionalistas extremistas que sólo piensan en una reconquista militar. Lo cual llevaría a una guerra inevitablemente prolongada y probablemente ampliada a los países limítrofes.

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El papel de Moscú en la crisis no está claro. Hay acusaciones serias de que Rusia -que tiene tropas en la frontera con Turquía- ha apoyado la ofensiva de los armenios. No se puede descartar que ello sea cierto, sobre todo teniendo en cuenta la confusión que reina en Moscú. Quienes sean responsables no parecen darse cuenta de que estimular la agresividad del nacionalismo armenio es peligroso; es el camino seguro para una extensión de la guerra de consecuencias imprevisibles, cuando el interés de Rusia es buscar una negociación que cuente con el apoyo de los elementos sensatos tanto en Bakú como en Ereván.

En ese orden de cosas, una noticia positiva es que los ministros de Asuntos Exteriores de Armenia y Azerbaiyán se hayan reunido en Moscú por iniciativa del ministro ruso Kozirev. La ONU deberá asimismo estimular la retirada de las tropas agresoras como condición previa a una negociación. Sin embargo, el peligro mayor no es otro que el de que acabe predominando en ambos países la opción nacionalista partidaria de la lucha armada y, por consiguiente, de la continuidad de la violencia.

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