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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Equilibrios a la francesa

TRAS EL vuelco electoral del pasado mes de marzo en Francia, las tareas inmediatas de la clase política están consistiendo en averiguar cómo ha de funcionar la coalición gubernamental y, hacia dónde se orientan los esfuerzos de recomposición de la izquierda.Lo primero que debe apuntarse sobre la conducta del centro-derecha es la serenidad y discreción con que ha accedido al poder. El Gabinete de Balladur, compuesto casi a partes iguales por representantes del gaullismo chiraquiano del RPR -al que pertenece el primer ministro- y del centrismo de la UDF de Giscard, ha dado impresión de moderación proeuropea, de rigor económico y de alejamiento de cualquier tentación de enfrentamiento con el segundo platillo de la nueva cohabitación, el presidente Mitterrand. Aunque no han desaparecido las sombras, esto es, los desplantes ligeramente anticomunitarios del Jacques Chirac de la primera hora y las indicaciones de una inminente guerra comercial con Estados Unidos (sobre todo, el rechazo al acuerdo agrícola CE-EE UU), los términos han sido moderados.

La primera exigencia de Edouard Balladur a sus ministros ha sido la imposición de recortes presupuestarios de 20.000 millones de francos (aproximadamente 420.000 millones de pesetas) para 1993. Finalmente, han desaparecido las amenazas de Chirac lanzadas inmediatamente después del triunfo en las urnas que hacían prever una cohabitación borrascosa dorninada por el hostigamiento a Mitterrand para forzar su dimisión antes de tiempo.

Asimismo interesante está resultando el juego de equilibrios en la disputa política del centro-derecha, que, inesperadamente, está produciendo la marginación de Giscard. Se diría que Chirac, por intermedio de Balladur, ha jugado sus cartas con habilidad y ha desplazado a Giscard sin que éste pueda protestar realmente por el trato que se está dando a su formación. Es cierto que la UDF se ha constituido en grupo parlamentario único con todos los integrantes de la confederación de centro (el partido republicano, los centristas y los radicales): se ha impedido así la aparición de un segundo grupo desgajado de UDF e integrado por republicanos y radicales, lo que habría convenido al RPR del primer ministro. Pero se trata de una cohesión engañosa que no ha conseguido controlar el Gobierno (obtener más carteras) y que tampoco ha sido capaz de dar en bloque sus votos al candidato propio para presidente de la Asamblea (el centrista Dominique Baudis), propuesto después de que nadie ofreciera el cargo a quien de verdad lo ambicionaba, el propio Giscard.

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En esas condiciones, la elección a la presidencia de la Asamblea del gaullista Philippe Séguin, destacado defensor del no en la campaña del referéndum sobre Maastricht, fue una concesión de Chirac -al sector anti-CE del RPR. Es una pésima noticia, la peor de cuantas se han generado estos días en el país vecino.

Todos estos datos corresponden a maniobras políticas de vencedores. El verdadero enfrentamiento, la verdadera amargura, se está produciendo en el seno del Partido Socialista francés (PS). El pasado sábado, Michel Rocard, proponente antes de las elecciones de una refundación de la izquierda, dio un golpe de mano en la ejecutiva socialista: consiguió que se destituyera a Laurent Fabius, hasta entonces secretario general del PS, y colocarse en su lugar en la ejecutiva que ha de regir provisionalmente los destinos del partido hasta que un congreso extraordinario decida en el próximo verano el curso a seguir para el futuro, y especialmente para su propio futuro como candidato a la presidencia de la República. Rocard quiere reconstruir desde el PS (19% de los votos) una izquierda en la que se integren los ecologistas (7%), los comunistas (9,5%) y el sector progresista de la UDF. No lo tiene fácil: su golpe de mano ha producido resquemor en el PS, y muchos de los grandes barones -Jacques Delors, Pierre Mauroy (presidente de la Internacional Socialista), Jean-Pierre Chevénement, Jean Poperen y el propio Fabius- han anunciado que no le apoyan.

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