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Una perfecta desconocida

Enric González

Ya no hace falta decir su nombre completo. Susan McHugh, una perfecta desconocida hace dos semanas, es simplemente Susan. Ella misma está asombrada de su repentina popularidad, y admite que, desde su espontáneo llamamiento radiofónico, los nervios revolotean en su estómago. Pero cuando se siente abrumada piensa en Jonathan Ball, el niño de tres años que murió en Warrington, "y recupero el valor".Su biografía no tiene nada de especial. Susan nació hace 37 años en un suburbio de Dublín. Fue educada en un colegio católico, estudió enfermería y se casó con un contable, con el que tiene dos hijos, uno de seis años y otro de cuatro. Durante 15 años ha trabajado a tiempo parcial en varias guarderías y ha participado como voluntaria en algunas asociaciones por la paz. "Mi padre era de Belfast, y heredé de él un gran interés por lo que sucede al otro lado de la frontera", dice.

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La llamada de Susan McHugh

Las ideas de Susan son perfectamente ingenuas. "Siempre me pareció que la paz llegaría el día que saliéramos todos a la calle, católicos, protestantes, ateos, todos, y la pidiéramos", dice.

Elogio de la candidez

Pero su candidez y falta de pragmatismo político son percibidos como ventajas por los más experimentados activistas contra la violencia. "Gente por la Paz, el movimiento de los años setenta, cayó en la trampa de siempre: quiso plantear un plan de pacificación detallado y la unidad se rompió. Esa es la treta que utilizan los políticos y los violentos. Exponga su propuesta, te dicen. Pero esa es su tarea, no la nuestra. Nosotros sólo queremos la paz. La lucha política, la negociación, las propuestas deben venir de ellos". La explicación es de Ann McCann, una de las impulsoras de aquella Gente por la Paz que obtuvo un Premio Nobel antes de perder su fuerza.Susan parece tener clara la necesidad de preservar la independencia del movimiento y no mezclarse con partidos políticos. En la manifestación del domingo pasado fue la única oradora que se refirió a los muertos del Ulster "de todos los bandos y religiones", y subrayó que cada uno de ellos era tan importante como el niño de Warrington.

Vive en un frenesí de entrevistas, de intervenciones en televisión y radio, de reuniones organizativas (el movimiento no tiene todavía un teléfono ni sede definitiva), pero no pierde la prudencia. Pese al creciente sentimiento antiIRA de sus compatriotas, no cae en condenas fáciles: "El IRA ha estado haciendo lo que creía mejor para Irlanda, pero ha llegado el momento de poner fin a la guerra", dice. Ni ella ni nadie sabe cuánto durará el fenómeno Susan. Se limita a confiar en que sirva para algo.

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