Maastricht frente a Sarajevo
La Europa de Maastricht está enfrentada a la Europa de Vukovar, Sarajevo, Mostar. Por una parte, no se puede pensar en una Europa integrada si se hace caso omiso de las pequeñas naciones y de los nuevos Estados, y, por otra, es conveniente que esos pequeños pueblos consideren su situación de forma diferente a como lo hubieran hecho en la vieja Europa de las naciones. Deben tomar en consideración sus nacionalismos -que en más de un caso han favorecido la llegada de un fascismo, una intolerancia y un espíritu de exclusión de los que no logran deshacerse-, sus frustraciones históricas y la falsificación de la historia por la que siguen inclinándose. ¿Pueden unir y armonizar tantos puntos de vista o posturas, tantas maneras de imaginar Europa y de imaginarse a sí mismos a través de ella?Una vez liberado de las cadenas que suponen los particularismos, el espíritu crítico deberá lidiar contra las paradojas de la historia: el proyecto, formulado en Croacia el siglo pasado, de un Estado común que reuniera a los eslavos del sur fracasa en un momento en el que la Comunidad Europea intenta llevar a cabo una iniciativa análoga. Croacia aspira a acercarse a Europa al tiempo que rechaza lo más europeo de aquel proyecto. Y el mito nacional serbio ha resultado ser más poderoso que las utopías eslavas del sur. La ideología de Estado de los serbios no podía conjugarse con la idea yu.goslava, el nacionalismo croata no quería aceptar Yugoslavia; ambos tuvieron que disimialar o disfrazar sus verdaderos objetivos y aspiraciones durante mucho tiempo. Han pasado decenios, y hoy es dernasíado tarde para las acusaciones. En un momento en el que las mitologías nacionales sobire las victorias y las derrotas, sobre los logros o las pérdidas en tiempos de guerra o de paz pierden toda credibilidad desde la perspecti-va de la conciencia histórica, el nacionalismo serbio ha permitido a su paranoico líder utilizarlas y alimentar con ellas la agresión. Desde su heroica liberación del yugo otomano, Serbia no ha estado nunca tan lejos de Europa. Y a Europa le cuesta también aceptar a Croacia a pesar de sus víctimas: el discurso de sus nuevos dirigentes es, a menudo, inadmisible. Eslovenia se independizó bajo la amenaza de recurrir a la fuerza, aunque es cierto que no tenía otra opción. Antes había ciertamente.otras alternativas, pero no se supieron aprovechar a tiempo debido a las frustraciones que lastran a los pueblos pequeños, y a la hipocresía ya mencionada. La Federación Yugoslava, que los eslovenos habían apoyado anteriormente -a menudo en detrimento delos croatas-, les permitió alcanzar un nivel de desarrollo mucho mayor que el del resto de los componentes del Estado común. Y la Comunidad Europea, a la que intentan acercarse, no les ofrecerá así como así esa posibilidad, como tampoco se la ha ofrecido a los croatas.
Ninguna de esas nacionalidades está dispuesta a analizar críticamente el papel que ha desempeñado en la antigua Yugoslavia. El resurgimiento de los nacionalismos es un obstáculo para ese tipo de actitud. La Comunidad Europea, influida por uno de sus miembros menos importantes, duda hasta en reconocer a Macedonia el derecho a llamarse por su nombre. En lo que respecta a los conflictos yugoslavos en su conjunto, Europa ha mostrado su peor cara: a sus políticos les gustaría convencer al mundo de que han hecho a tiempo todo lo que había que hacer, sustituyendo la acción por la retórica. Pero su credibilidad ha disminuido en el momento en que más la necesitaban para la construcción europea. Bosnia-Herzegovina, la menos culpable de la situación, paga el tributo más pesado -ya pagaba desde hace tiempo más que las demás-.
El desmantelamiento de Yugoslavia podía haberse llevado a cabo con muchas menos víctimas, incluso sin derramamiento de sangre. No era fácil, pero esa posibilidad existía. Y las diferentes partes son responsables de la actual situación, aunque no de la misma manera ni en la misma medida. Durante la II Guerra Mundial, los crímenes de los ustachas cubrieron a Croacia de oprobio. Serbia se desprestigió de manera análoga; y también el pequeño Montenegro, al que arrastró consigo. Cada una de esas naciones deberá volver a examinar su pasado y su historia, desembarazarse de sus ilusiones sobre sí misma y sobre las demás. La tarea será dolorosa, pero si no se lleva a cabo no será posible avanzar. Parte de los Balcanes será durante mucho tiempo un foco de atraso y desorden en Europa. Es difícil ver lo que ésta puede hacer para impedirlo.
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