Hay un charco y no ha llovido
Los pasos subterráneos de Madrid acercan al peatón hacia lo más profundo de la ciudad. En algunos se puede ver un camastro de cartón cuyos restos desperdigados aún esperan a su huésped nocturno. En otros, la orina de un humano o de algún perro vagabundo se mezcla con el agua fugitiva de las cloacas. Y en todos, el mal olor y la sensación de inseguridad se adueñan de los segundos en que el ciudadano transita rápido por ellos. En el fin de semana, un muchacho con buen gusto musical escogía el pasadizo entre Serrano y el Retiro para mendigar unos duros allí a cambio de las notas de su guitarra. Pero el agobio del ambiente le privó de oyentes atentos y redujo su recompensa a unas cuantas monedas del público apresurado. El paso subterráneo de peatones bajo la plaza de Colón -el que muestra la fotografía- ofrecía en la tarde del domingo -cuando fue tomada la imagen- un olor desagradable y un charco incomprensible. El pasadizo de Cibeles -frecuentado por turistas atraídos por los monumentos de la zona y por el museo del Prado- suele mostrar también un aspecto deprimente. Los reductos del peatón son cada vez más inhóspitos.
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