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La tercera revolución industrial

Hace aproximadamente 10.000 años, la humanidad atravesó por primera vez la frontera que separa a las especies depredadoras de las conservadoras, que son aquellas que producen lo que consumen y reponen a la naturaleza lo que detraen de ella. El neolítico consistió precisamente en el descubrimiento de la agricultura, con lo que la especie humana consiguió dominar en su provecho la reproducción de las otras especies vegetales y animales. De esta manera superaba su condición de especie cazadora y recolectora de frutos silvestres, consolidando con ello la posición previamente conquistada en el vértice de la cadena de alimentos.Se estima que el tránsito desde la era recolectora a la era agrícola multiplicó por 250 la densidad de población que puede alimentarse mediante la explotación de una misma superficie de tierra. En el Viejo Mundo, estos nuevos límites, a los que los demógrafos denominan techos malthusianos, empezaron a alcanzarse hace aproximadamente 500 años. La era de los descubrimientos -geográficos, científicos, tecnológicos-fue la respuesta europea a esa presión demográfica, que culminó a finales del siglo XVIII, cuando la población mundial alcanzaba los 1.000 millones de habitantes, y condujo a la revolución industrial.

La revolución industrial consistió precisamente en la introducción de las máquinas y la utilización de energía y materias primas inorgánicas, no producidas a su vez por la especie humana, con lo que ésta volvió en cierta medida a su vieja condición depredadora, ya que la gigantesca ampliación del techo malthusiano así conseguida lo fue a costa de la utilización masiva de recursos no renovables. La primera oleada industrial duró todo el siglo XIX, y estuvo dominada por la energía extraída del carbón, transformada por la máquina de vapor y aplicada a artefactos de hierro. La oleada del siglo XX -o segunda revolución industrial- diversificó sus fuentes energéticas hacia los hidrocarburos y la electricidad, que permitieron motorizar todo tipo de actividades, al tiempo que las aplicaciones industriales de la química multiplicaban las posibilidades de utilización de todos los elementos de la naturaleza. Ambas oleadas tienen a su vez dos grandes ciclos, a los que se denomina Kondratieff, durante el primero de los cuales se lanzan las innovaciones básicas, mientras que durante el segundo se complejizan las aplicaciones, se les asocian nuevas tecnologías y se transforma la organización social al generalizarse su utilización.

Desde la primera revolución industrial han transcurrido 200 años y cuatro grandes ciclos Kondratieff, el último de los cuales inició su ramal ascendente al término de la II Guerra Mundial, y su ramal descendente, en 1973. Entretanto, el tamaño de la humanidad se ha multiplicado por seis y comenzamos de nuevo a tener conciencia de que existen límites, aunque no precisamente derivados del riesgo de agotamiento de las fuentes energéticas y de materias primas, como se pudo creer al estallar la primera crisis del petróleo, que señaló el comienzo de esta última etapa. Esta vez parece que nos acercamos a un límite absoluto, que se encontraría en el doble de la población actual.

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Los nuevos límites podrían ser incluso muy inferiores si no fuéramos capaces de controlar su causa, que no es otra que el desgaste al que hemos sometido al planeta Tierra. Porque la segunda etapa depredadora de la humanidad no sólo ha consumido una serie de recursos no renovables, cuya disponibilidad siempre se supo limitada, pero para los que el desarrollo científico y tecnológico suele acabar encontrando alternativas, sino que ha destruido un tipo de recursos medioambientales a los que hasta hace poco considerábamos como ilimitados: la atmósfera, el agua y el suelo. El consumo sin reposición de oxígeno y ozono; las emisiones de C02, S02, CFC y de radiaciones de partículas tóxicas, con las consiguientes lluvias ácidas y nubes radiactivas; la degradación del medio marino y el abuso en el consumo o la contaminación de los recursos hídricos, y, finalmente, la desforestación, la desertización y la saturación de residuos son los principales síntomas del problema, cuya síntesis es la amenaza del cambio climático por el efecto invernadero y el agotamiento de la biodiversidad.

Cabe afirmar que la corrección de los grandes problemas medioambientales podría actuar precisamente como el principal motor de una tercera revolución industrial a escala del planeta, ya que en los orígenes de las grandes etapas de transformaciones y crecimiento económicos se encuentra siempre la superación de una de las fronteras a las que se ha enfrentado la humanidad. La Conferencia de Río, en 1992, ha marcado la señal de que el mundo empieza a moverse unánimemente en esa dirección, al abandonar definitivamente el significado malthusiano del Primer Informe del Club de Roma, emitido en 1972. El nuevo orden internacional -al abandonar la carrera de armamentos, con lo que ello supone de remisión de amenazas y liberación de recursos- lo hace posible. El giro de la política medioambiental norteamericana, recientemente anunciado por el presidente Clinton, lo convierte en una meta alcanzable.

La nueva frontera consiste en transformar el sistema productivo para hacerlo compatible con la regeneración de la Tierra, posibilitando al mismo tiempo la generalización de los beneficios del desarrollo a toda la humanidad. Este gran reto resultaría inalcanzable -por incompatible con los límites medioambientales del planeta- sin adoptar al mismo tiempo un modelo de crecimiento al que se denomina de desarrollo sostenible. Ello exigirá un descomunal esfuerzo de renovación tecnológica e industrial, que puede convertirse en el nuevo factor de crecimiento. Por todo ello, el quinto ciclo Kondratieff, que está a punto de arrancar y cuya fase ascendente podría durar veinte o veinticinco años, debería llevar el signo de una recuperación para la humanidad de su condición de especie conservadora.

es secretario de Estado de Industria.

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