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Terneras

Rosa Montero

Cediendo sensatamente a las protestas, la empresa Don Quijote ha retirado los anuncios en los que una chica salía en pelotirris ofreciendo dos membrillos, colocados estratégicamente sobre sus pechos, para degustarlos por la noche. Está bien que haya desaparecido un anuncio tan zafio, pero me temo que eso no es más que un granito de arena en el inmenso océano de rollizas nalgas, cutis perlados, pechos ostentosos, ombligos irredentos, culos en pompa y muslos trepidantes que nos rodea. Un mareo de carne femenina.Hagan la prueba donde quieran y cuando quieran: miren en torno suyo y verifiquen el número de hembras en cueros, o al menos incitantes y cachondonas, que esta sociedad de consumo les ofrece. Yo miré el otro día en un sitio tan absurdo y contrario a las intimidades de la carne, por ejemplo, como es un aeropuerto. En las paredes había grandes anuncios de coches y bebidas con chicas macizas muy ligeras de ropa y con un mirar rijoso e incendiario. La tienda del aeropuerto vendía fruslerías viajeras (tales como correas para atar las maletas o bolsas para guardar zapatos) poco sospechosas de calentar los bajos, y, sin embargo, las fotos con que se anunciaban esos productos abundaban de mujeres con el escote vertiginoso y el muslo alegre. Por los televisores de la sala se veían concursos llenos de azafatas psicalípticas con la patorra al aire, y en cuanto al puesto de prensa, o a los diarios y revistas que leían los viajeros en el vestíbulo, eso ya era el acabóse: portadas con señoras desnudas, o en biquini, o en minifalda volada por el viento, o cruzadas de piernas con una perspectiva muy profunda. En total, y con una sola ojeada alrededor, se podían contabilizar un centenar de imágenes de mujeres ofrecidas como un trozo de carne. De verdad que resulta agotador vernos siempre convertidas en terneras.

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