El sirndrome de Stoneman
Supongo que el nombre de Stoneman no les resulta familiar a demasiadas personas, aunque tengo por seguro que a la conciencia medio dormida de muchas de ellas habrá llegado el rudo apelativo (hombre de piedra, al fin y al cabo, si nos atenemos a la traducción) a través de la enfática voz que la pronunciaba una docena larga de veces en un programa con que, para la maldición de quienes hacemos la siesta, nos castigó TVE, por el segundo canal, durante las sobremesas de dos interminables semanas de febrero.Quienes no puedan disfrutar del indiscutible privilegio de la siesta y se hayan visto, por tanto, privados de contemplar u oír la serie desde las nubes del sueño no pueden imaginar en qué consistían los programas, por lo que trataré de resumirlos, ya que el espíritu que los animaba, o los desanimaba, y sobre todo nos desanimaba, no es en modo alguno ajeno a uno de los valores más detestables de nuestro tiempo.
El inolvidable Stoneman, aventurero de por debajo de las aguas, mayormente las que rodean los arrecifes de coral, tiene formado un equipo técnico de buceadores, y entusiastas, como él, de la profundidad de las aguas, que, armados hasta los dientes de las más sofisticadas (adjetivo que se repite con frecuencia, aunque nunca tanto como el nombre del propio Stoneman) cámaras de cine, plasman en estos documentos gráficos los más diversos fenómenos que pueden observarse en el acuático medio. El al parecer paso fugaz por los arrecifes de una despistada ballena jorobada, el animoso caminar de las morsas sobre el hielo (aquí dejó de lado los arrecifes), el impacto de la lava de un volcán sobre la masa del agua (uno de, los episodios más peligrosos), el cambio de color de los peces a gran profundidad... Éstos y varios más han sido los asuntos tantas palabras a resaltar la excelencia de los objetivos trazados por Stoneman, y de sus inauditos hallazgos, no le quedaba apenas tiempo para explicar algo que atañera. de verdad a la pobre y perdida ballena jorobada, a la ágil morsa, al cambio de color de los peces... Porque, además, quitando todavía más terreno a estos pobladores del mar, las circunstancias de trabajo del equipo, su seriedad, su compromiso y entusiasmo, su exigencia, sus esfuerzos, su rigor, las constantes innovaciones experimentadas, los crecientes riesgos ( y el. peso, el los países que usted cita, está precisamente en el origen de la, proclamación del estado de urgencia, que apunta a erradicar este peligro, restablecer la seguridad, proteger a los ciudadanos y sus bienes, estabilizar la situación y a crear las condiciones que permitan la solución de los problemas socioeconómicos del país. El desafío consiste, por tanto, en la defensa de la democracia en contra de aquellos que utilizan la violencia y el terrorismo indiscriminado y que nunca han ocultado en su programa y en la perspectiva de su acceso al poder sus intenciones de suprimir la democracia y los derechos humanos. La acción del Gobierno argelino, que lleva al mismo tiempo la lucha contra el terrorismo y la corrupción, así como para la reactivación de la economía y la solución de los problemas sociales de la población, apunta precisamente a crear las condiciones en las que, tras la restauración de la paz civil, los ciudadanos argelinos puedan disfrutar realmente de las peso enorme de sus máquinas!), eran insistentemente señalados, pese a que, si no recuerdo mal, uno de los capítulos de la serie estuvo precisamente dedicado a este asunto.
Es muy difícil que el espectador, aunque no estuviera dormido, haya podido sacar una conclusión de los hechos de los que aparentemente trataba la serie de Stoneman, perdido en la nube de autobombo que los miembros de la fundación se dedicaban. y que el locutor declamaba en un tono de lo más apropiado, si bien rozaba la comicidad. Yo, un día, me propuse, de todos modos, sacar una conclusión. Era el capítulo que hablaba del cambio de color de los peces. Un tal doctor o profesor Artimek o Artomov, o algo parecido, se quedó pasmado ante el descubrimiento de que los peces rojos, vistos a gran profundidad, dejaran de ser rojos para ser negros. El locutor, con su flamante voz, decía entonces que Stoneman había descubierto hacía años que los peces rojos, a gran profundidad, eran negros. Todos parecían muy ufanos, todos repetían las mismas palabras: los peces rojos, a gran profundidad, son negros, como si se acabara de descubrir la ley de la gravedad y se echara por tierra, de paso, alguna otra ley. La cosa parecía tan absurda, tan sin sentido, que agucé mis oídos, pero de nuevo fueron tapiados por las consabidas frases de elogio sin cuento aplicadas a los magníficos, trascendentales hallazgos, que sin duda habrían de 'revolucionar toda la teoría del color. ¿Pero quién había hecho el sin par descubrimiento del cambio de color de los peces, el doctor o profesor Artimez o Antomov, o el propio Stoneman hacía más de 20 años? Yo no sé si mi condición de oriunda de Zaragoza, de cuyos habitantes suele decirse que son inmunes al asombro, me impidió conmoverme ante tan descomunal hallazgo y aún tuve la impresión de, a pesar de no haber practicado nunca el submarinismo, haber llegado yo misma, quizá en sueños, a la misma conclusión que tanto conmovía a Artimek y a Stoneman, o tal vez la había oído comentar en alguna tediosa cena de compromiso, entre fragmentarias conversaciones sobre los signos del Zodiaco, como no la hubiera leído en algunas glosas de la Biblia, quizá puesta en boca del mismo Noé, que de peces debió de saber un rato.
El caso es que estos principios inspiradores de la serie, para alivio de todos los beneficiarios de la siesta ya finalizada, están extraordinariamente vivos a nuestro alrededor. Parece que representantes de las más variadas profesiones (políticos, arquitectos, banqueros, reporteros, novelistas, deportistas, cineastas, taxistas, restauradores ... ) se hayan puesto de acuerdo en resaltar las dificultades y méritos de sus oficios y de la forma, sobre todo,en que ellos los practican. El tiempo que le llevó a uno escribir una novela o pintar un cuadro, la ardua preparación del gimnasta, los embotellamientos de tráficos que crispan los nervios del conductor, la con fusa, enmarañada red de las finanzas, que entorpece y ofusca la visión de banqueros y gobernantes... El rigor, la constan cia, el empeño, la exigencia, personal de todos ellos: en todo esto se insiste en la mejor línea Stoneman. Bueno es que se diga una vez, pero la repetición y el tono en que se hace se está haciendo sospechosa, y no deja de tener el aspecto de un más o menos velado desprecio hacia quienes no hacen tanta declaración de seriedad y rigor, como si sospecharan, ya que todo el mundo tiene sus sospechas, que si no se habla de lo que cuesta una cosa es porque la cosa no vale nada.
Ya se ha perdido la oportunidad, pero hubiera sido recomendable que los propagandistas de sus trabajos hubieran contemplado, aunque fuera medio en sueños, alguno de los capítulos de la serie de Stoneman, aunque es posible que ande todavía en el archivo de algún despacho y puedan conseguir una copia pirata. Una ojeada a la serie que Stoneman coló con gran aplomo e inopinada suerte a TVE, sin duda en un momento en el que el directivo en cuestión estaba medio dormido, como luego lo estuvimos, a la hora en que se emitió, muchos receptores de la misma, bastaría para convencer a cualquiera de que la mejor garantía de los méritos propios suele ser la discreción, ya que no hay sobre ellos ninguna garantía, y animarnos a todos a resaltar el papel que en el asunto de los méritos tiene el azar, jamás mencionado por Stoneman, desconocido para él y, sin embargo, presente siempre, en cada hora del día, en cada episodio de la serie, en ese paso fugaz de la ballena jorobada, perdida y sola, en el pez rojo que, al hundirse en las aguas, va perdiendo su color, oscureciéndose, porque no le ilumina la misma luz, la luz cambiante... Una realidad frágil y aleatoria, eso es lo que finalmente rescatamos a través de tanto discurso, tanta lección, tanta presentación. Por fortuna, cuando la visión de esta realidad se impone, cuando sale a flote, todos los fatuos preámbulos, por muy inacabables que hubieran parecido, por mucho que en algunos momentos arrebataran el papel a la misma realidad, desaparecen.
Soledad Puértolas es escritora.
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