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No son tan débiles como se dice

UGT y Comisiones Obreras tienen más afiliados que todos los partidos juntos

UGT y Comisiones Obreras tienen, conjuntamente, cerca de 1.400.000 afiliados: son cifras, aún sin confirmar, de finales de 1992. Esa fuerza sindical, a la que hay que añadir el dato de que entre ambas centrales coparon el. 80,4% de los delegados en las elecciones sindicales de 1990, equivale al 11% de la población activa, excluidos de ella los autopatronos y los empleadores. Es la cifra más. baja de Europa, sólo por debajo de Francia, cuyos sindicatos perdieron el 50% de sus afiliados en la última década. Pero viene a duplicar el número de carnés que tienen, en conjunto, todos los partidos políticos españoles.

De ahí que no sea fácil concluir que. los sindicatos son poco representativos, teniendo en cuenta, además, que 4.766.805 trabajadores participaron en las últimas elecciones sindicales. Por el contrario, contar con ese volumen de cotizantes se puede considerar un éxito en un país con tan bajo nivel asociativo como el que existe en España.El peculiar "modelo" sindical español -en la terminología de los expertos- da, además, una particular "calidad" a esa afiliación. "Tener un carné de una central no proporciona grandes ventajas" dice Héctor Maravall, actual director general del Inserso y hasta hace poco dirigente de CC OO. "Los convenios colectivos afectan a todos los trabajadores, porque son negociados por los delegados del personal y no por las centrales, y los servicios que los sindicatos prestan a los afiliados son escasos". La excepción es la asesoría jurídica, gratuita: pero sólo sirve cuando hay dificultades, particularmente en los despidos.

Las agencias de viaje y otras iniciativas no han cuajado y el desarrollo de las cooperativas de vivienda se ha visto afectado por los problemas de la PSV, impulsada por la UGT.

"En esas condiciones", añade Maravall, "afiliarse sigue siendo en parte la expresión de una ideología, como ocurría en el pasado franquista". No sólo las direcciones de los sindicatos están politizadas, sino que una significativa porción de su base encuentra en su pertenencia a una central, que no a un partido político de izquierdas, el modo de reafirmar una opción militante. Existen diferencias en cómo ello incide en la práctica de CC OO y de UGT: los expertos laborales de algunas grandes empresas coinciden en señalar una mayor dureza en las posiciones de los primeros. No en vano UGT, cuya presencia en las luchas sindicales durante el franquismo fue escasa, se afianzó a finales de los setenta y principios de los ochenta sobre la base de una propuesta sindical "moderada" y negociadora.

La lucha de clases

Ese componente ideológico, marcado por una concepción tradicional de la lucha de clases, ha determinado no sólo el enfrentamiento entre los sindicatos y el gobierno del PSOE, sino la práctica de la negociación sectorial y en las empresas. A falta de investigaciones precisas en la materia, ningún experto se arriesga a sacar conclusiones generales, y las numerosas excepciones a la norma de la confrontación que ha venido imperando podrían indicar un cierto cambio en el sindicalismo de base. Pero, como decía el dirigente, extranjero, de una multinacional. que trabaja en España, "en este país los sindicatos no tienen vocación de negociar". Aunque esa misma persona, que prefiere que su nombre no se cite, añade: "tampoco las organizaciones empresariales tienen el grado de representatividad y la tradición negociadora de sus homólogos europeos".

Firmemente asentados en las grandes y medianas empresas, públicas y privadas, en las cuales su presencia es equivalente a la que existe en el resto de Europa, las centrales sufren en las pequeñas empresas, que ocupan a la mayor parte de los trabajadores españoles, los efectos de lo que un dirigente de CC OO denomina "el desierto sindical". "Pero, dice Héctor Maravall, también en las pequeñas empresas los sindicalistas, aunque estén aislados, tienen una cierta fuerza: los patronos saben que en un caso extremo pueden provocar un conflicto". En estos niveles, el sindicalismo, y no porque sus direcciones así lo quieran, sólo se expresa en forma de confrontación.

De unos y otros factores se deriva que en España se pierdan, por huelgas, más horas de trabajo que en cualquier otro país europeo: 87 millones en 1992. Por motivos salariales -el punto caliente de cualquier convenio- y por la defensa del puesto de trabajo. La recesión económica puede modificar esa tendencia en febrero, mes tradicionalmente conflictivo, ha habido muy pocas huelgas. Pero ello dependerá, más que de la inercia de la negociación en las nuevas circunstancias, de la actitud general de los sindicatos.

En algunas regiones, en Cataluña, en el País Valenciano y también en Andalucía, esa actitud podría estar cambiando, al menos en sus direcciones: el fenómeno de la regionalización de la vida sindical, de la creciente autonomía también en este campo, avanza de la mano de una mayor moderación: hay quien vaticina, y en la dirección confederal de la UGT lo hacen con gran preocupación, que de esa eventual "regionalización" se podría derivar la ruptura de la homogeneidad sindical.

En las federaciones sectoriales, muy controladas por las direcciones centrales, no se han consolidado, o no han traslucido públicamente, tendencias alternativas a las que manifiestan sus direcciones centrales: el que en el convenio de la Banca, CC OO se haya quedado sóla en su postura negociadora, mientras que en la reestructuración de la siderurgia haya sido UGT quien ha pactado aisladamente indicaría, de todos modos, que un cierto debate empieza a tener lugar en las dos centrales.

Pobres y subvencionados

Los sindicatos españoles son pobres en comparación con sus homólogos europeos. El menor nivel salarial de sus afiliados y el que no puedan ofrecer servicios a cambio de la cotización hace que esta fuente de ingresos sea muy reducida: los afiliados a CC OO pagan 900 pesetas al mes y los de UGT 1.050, y en algunos casos 100 o 200 pesetas adicionales en ciertas federaciones. Sus medios son escasos, las cajas de resistencia que tienen, por ejemplo, las centrales alemanas, son un sueño inalcanzable y sus dirigentes perciben sueldos infinitamente menores que otros cargos equivalentes en las empresas privadas o en la administración: un miembro de la comisión ejecutiva de CC OO cobra 225.573 pesetas mensuales brutas; uno de UGT 225.000 netas. Un Técnico superior de CC OO 296.804 pesetas brutas, uno de UGT 190.000 netas. Surgidas de la clandestinidad hace tan sólo 15 años, carecen de matrimonio propio: los locales que usan están cedidos por el Patrimonio del Estado. Su superficie total supera los 200.000 metros cuadrados y en el futuro podrían obtener nuevas cesiones: el litigio sobre la actual sede del Ministerio de Sanidad, los antiguos sindicatos verticales, aún sigue abierto.

En estas condiciones las subvenciones concedidas por el Gobierno son fundamentales para su funcionamiento. "No creo que este apoyo sea excesivo ni inferior al que, por vías legales distintas a las nuestras, se les presta en otros países, dice el subsecretario del Ministerio de Trabajo, Carlos Navarro. En el periodo 1982-1992 esas subvenciones ascendieron a 5.422 millones para UGT y 4.814 millones para CC OO. A estas cantidades hay que añadir los sueldos- de los representantes sindicales en un total de 17 instituciones centrales: desde el recientemente creado Consejo Económico y Social al Inserso o al INE. En total 207 puestos en consejos de dichas entidades están ocupados por sindicalistas. La centrales también están representadas en sus instancias provinciales de esas instituciones: los gobiernos autonómicos y algunos ayuntamientos, sobre todo de izquierdas, subvencionan a los sindicatos. Las leyes imponen buena parte de esos apoyos, otros, los decidieron los políticos.

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