Privalova logra un fantástico récord en 60 metros
Irina Primalova ha levantado un foco de resistencia al poder de las velocistas negras. La atleta rusa batió ayer en Madrid el récord mundial de 60 metros lisos en pista cubierta. Su registro, 6,92 segundos, tiene una magnitud excepcional. Privalova parece en condiciones de acercarse a los tiempos conseguidos por la estadounidense Florence Grifitth en 1988. Detrás de sus plusmarcas, aparece una atleta que nos devuelve el retrato de las férreas campeonas de la RDA.
Poderosa, muy recia, sin la gracia de las estrellas negras, Privalova reivindica el poder del músculo. La alternativa del gimnasio a la gracia etérea de Merlene Ottey o la gran Evelyn Ashford. Tampoco dispone de la zancada bellísima y el aire aristocrático de Katrin Krabbe, la reina bañada en clenbuterol. Privalova corre sin majestad, pero con una eficacia demoledora.Llegó a Madrid con la vista en el récord del mundo, de 60 metros. Venía de batir las plusmarcas de 50 y 300 metros, un arco de distancias que sólo estaba al alcance de Marita Koch, la mujer que dominó la velocidad durante buena parte del último decenio. Las apuestas eran favorables al récord. Privalova parece hecha con el material que convirtió en indestructibles al viejo ejército de la RDA: Stecher, Marlies Gohr y Koch. La estadounidense Gwren Torrence dejó entrever en los Juegos de Barcelona que ese material es químico y se consume a escondidas. Pero Privalova siempre contesta que está limpia de drogas.
Con apenas 24 años y sólo dos temporadas en el gotha de la velocidad, la progresión de Privalova es irresistible. Campeona del mundo en pista cubierta, tercera en la final olímpica de 100 metros, sólo le falta alcanzar la condición de mejor velocista del mundo y propagar una imagen más efervescente. Lejos de la connivencia que tiene Ottey con las, cámaras y los micrófonos, Privalova es hasta ahora una máquina de correr. En Madrid, fue una máquina perfecta. Durante todo el día apenas habló con nadie. Tenía la carrera en la cabeza. El pasado año estuvo a punto de batir en Madrid el récord del mundo, pero la jamaicana Ottey se adelantó por una centésima. Sabía que es una pista rapidísima, un escenario que ha visto tres plusmarcas mundiales de 60 metros en los dos últimos años -Burrell, Cason y Ottey- Era el lugar idóneo para el ataque a la plusmarca. El dinero también estaba allí: un millón de pesetas de premio por el récord.
En las semifinales anunció su estallido posterior. Corrió la distancia en 6.99 segundos. Sólo dos atletas habían bajado hasta ese momento de la barrera de los siete segundos: Ottey y Privalova en la reunión de Madrid el pasado año. Los 6.96 segundos de la jamaicana eran una bocado seguro para la atleta rusa.
La carrera se ajustó a las previsiones. En 31 zancadas, la velocista rusa atrapó el récord: 6.92 segundos. No fue una carrera vibrante. Privalova transmite más seguridad que emociones. Es una atleta de corte cibernético, con toda la musculatura muy cincelada: unos deltoides tremendos, las piernas grandes y poderosas, los brazos muy trabajados con las pesas. El estilo resulta de esa estructura de hierro.
Su salida, siempre estimable, ha ganado en los últimos meses. Los tobillos de Privalova resisten con gran eficacia el durísimo primer contacto con la pista. Sin el aparatoso despegue que tenía Ben Johnson antes de su sanción, Privalova consigue casi los mismos beneficios que el canadiense. En las cinco primeras zancadas había puesto un metro de ventaja sobre la diminuta Gail Devers, la campeona olímpica de 100 metros. Después sólo se observó una ejercicio potente, preciso y muy rápido. La superioridad de la rusa fue enorme. Un poco atónito el público supo en todo momento que la plusmarca iba a caer. Las preguntas se dirigían más hacia el futuro. ¿Dónde está el límite de Privalova? Ella hizo comparaciones y dijo que los registros de Florence Griffith eran abordables. La respuesta se verá este año. Lo único seguro es que Irina Privalova, una rusa pálida y enigmática, será la estrella de la temporada.
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