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En memoria de Albert Viladot

Una pequeña crueldad añadida a la gran crueldad de la muerte de un ser joven es que cuanto se diga en su semblanza póstuma -la vida profesional corta pero brillante, las ilusiones y expectativas brutalmente truncadas...-, siendo verdad, suenan a tópico manido, a frase hecha.Y a Albert, a mi amigo Albert Viladot, no le gustaban los tópicos. Le conocí a finales de los setenta, cuando cabalgaba a lomos de una moto desvencijada haciendo información política, como free lancer, en aquella Barcelona trepidante de los albores de la democracia. La política fue siempre para él una pasión, casi una droga. Primero, como militancia en organizaciones universitarias de la izquierda antifranquista. Después, como práctica informativa diaria, "haciendo" ruedas de prensa, entrevistas o mítines. Luego, como análisis más reflexivo y reposado, en artículos semanales que recogió en el libro titulado Catalunya, història d'un maniqueisme (1988).

Pero, a semejanza de algunos y a diferencia de bastantes de su colegas, a Albert le apasionaba también la historia, y ese interés común fue el primer vínculo de nuestra relación. Tenía en la cabeza el ambicioso designio de escribir una gran historia de la prensa clandestina en Cataluña bajo el franquismo, un proyecto del que sólo materializó la primera entrega -el libro Nacionalisme i premsa clandestina 1939-1951 publicado en 1987- y en aras del cual se convirtió en fervoroso coleccionista de periódicos sin depósito legal.

Aunque nunca se lo oí decir, sospecho que el medio de comunicación en el que se sentía más a gusto era el escrito, el de papel. Sin embargo, ello no le impidió desarrollar un trabajo concienzudo y apreciado en Radio Barcelona, en TVE y, sobre todo, en TV3. Por lo que respecta a diarios y revistas, son pocos aquellos en los que no trabajó o colaboró, pero me parece ineludible citar El Periódico, La Vanguardia y Avui, del que llegó a ser, a los 34 anos, el director más joven.

Y todo esto, esta brillante carrera periodística, hubo de compatibilizarla, desde hace ocho años, con el combate denodado frente a una gravísima enfermedad. La encaró con, una entereza formidable, con un optimismo a prueba de recaídas, con una exquisita discreción, con unas ganas de vivir que conmovían. Y aún le quedaron tiempo y energías para ser amigo entrañable y leal de sus amigos, discutidor infatigable o promotor de aventuras agitatorias como la Fundació Acta.

Y ayer, de un modo bruscamente inesperado, su resistencia física -no su voluntad, ni su ánimo- se rompió. Hace apenas unas horas, pero ya he empezado a echar en falta sus ideas, sus opiniones, su cordial presencia.

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