_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los integrismos

EL ALTO Comité de Estado, presidencia colegiada y máximo órgano de poder de la República argelina, ha tomado la decisión de prolongar el estado de excepción, proclamado inicialmente para un año el 9 de febrero de 1992. Pero esta vez la prórroga se hace sin plazo definido. Estamos, pues, ante una medida de suma gravedad que demuestra el fracaso de los planes de devolución de la normalidad democrática.El estado de excepción restringe considerablemente las libertades individuales, limita la actividad de los partidos políticos y otorga a la policía poderes extraordinarios; permite además al Ejército cumplir funciones propias de la policía. Cuando el estado de excepción fue declarado hace un año, la justificación se basaba en la necesidad de que el Gobierno dispusiera, durante un tiempo suficiente, de fuertes poderes represivos para quebrantar la amenaza integrista, descomponer la organización clandestina del Frente Islámico de Salvación (FIS) y reducir drásticamente las acciones violentas fomentadas por dicho frente. Se trataba, pues, de una medida provisional cuya razón de ser era permitir el retorno a una situación democrática y preparar unas elecciones que pudiesen devolver a las autoridades argelinas la legitimidad de la que carecen desde la suspensión de las elecciones, en enero de 1992.

El balance del año transcurrido con el estado de excepción demuestra que éste ha fracasado; y su prolongación es la prueba más evidente de dicho fracaso. Unas 600 personas han muerto, víctimas de la violencia, durante 1992; de ellas, 131 civiles y 218 personas consideradas islamistas. Esta lista crece cada día con nuevas víctimas de los encuentros entre fuerzas de seguridad y grupos armados islamistas. La mayor parte de los partidos políticos han expresado su desconfianza sobre la eficacia del estado de excepción. Argelia está entrando en una espiral en la que la violencia reclama violencia, y en que el Estado se halla cada vez más necesitado de recurrir a medidas excepcionales para su simple supervivencia.

Argelia es el país más próximo a España, y a Europa, donde ha existido una amenaza concreta de victoria del fundamentalismo islámico; del establecimiento de una república basada en la Charia, en la que las mujeres serían obligadas a usar el chador, donde el adulterio podría castigarse con la lapidación y donde un escritor heterodoxo podría verse condenado a muerte, como le ha ocurrido a Salman Rushdie. De ahí que los Gobiernos europeos -especialmente el francés- mostrasen una actitud favorable a los jefes militares y civiles que creyeron alejar este peligro suspendiendo las elecciones y eliminando del poder a Chadli Benyedid, el cual pretendía hacer un intento de incorporar al Gobierno a los integristas del FIS con la idea de que ello les desgastaría de manera más eficaz que aplicándoles la represión. La actitud europea estaba motivada en la suposición de que, tras una etapa de mano dura, Argelia volvería a niveles aceptables de democracia y de respeto de los derechos humanos.

Tal creencia era infundada y los hechos lo confirman. Pero no se trata sólo de Argelia. El problema de fondo es que en otros países del norte de África, y especialmente en Egipto, el peligro fundamentalista crece en unas proporciones preocupantes. El presidente Mubarak aplica métodos represivos que resultan de escasa eficacia, porque los grupos islámicos de acción violenta, que han iniciado una campana de atentados contra los turistas, encuentran un terreno propicio en las mezquitas, en la vida religiosa, y también en las capas más pobres de la población.

Sudán, vecino de Egipto, colabora abiertamente con Irán en fomentar la difusión de los grupos fundamentalistas. Hay, pues, una labor organizada, con el respaldo estatal de Irán, que se extiende por varios países árabes. De ahí la propuesta del presidente egipcio, Mubarak, que no ha prosperado hasta ahora, de Crear una especie de frente árabe contra la amenaza fundamentalista.

Sin embargo, lo que demuestran las experiencias argelina y egipcia es la escasa eficacia de la represión para frenar un movimiento que se arraiga en las necesidades más elementales de las masas. En el caso de Argelia, de primera importancia para los españoles, y a la vista de la experiencia histórica, se comprueba que el golpe que impidió a Chadli Benyedid hacer una experiencia sin precedente -integrar el Frente Islámico de Salvación en el Gobierno- fue, probablemente, un paso atrás. Si los Estados laicos no son capaces de realizar políticas que tengan en cuenta las necesidades de la población, no disminuirá la influencia islamista por mucha represión que se aplique. La prórroga del estado de excepción de Argelia es optar por el mal camino.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_