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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Recambios Aznar

LA EFICAZ organización del XI Congreso del Partido Popular, clausurado ayer en Madrid, podría ser un símbolo del estilo que Aznar se ha empeñado en transmitir a sus fieles en vísperas de lo que considera su mejor oportunidad de victoria. Frente a un PSOE desmoralizado y amenazado por divisiones internas, Aznar ha podido presentar, por primera vez en bastantes años, un partido cohesionado y con moral de triunfo. Durante años, la imagen dominante era la contraria: guerras de notables y escasa credibilidad por el carácter contradictorio de los mensajes.Esa cohesión ha permitido a Aznar dar la vuelta al argumento socialista de que sólo el actual partido del Gobierno, por su implantación homogénea en todo el territorio, garantizaba la coherencia política y la vertebración territorial de España. Afirmar que la verdadera garantía es la cohesión interna es un buen argumento porque, ciertamente, la experiencia indica que de nada sirve la implantación si luego cada corriente va, como en los años treinta, por su lado. Pero sería más contundente si el PP lo hubiera ilustrado con su comportamiento en las diferentes autonomías en las que gobierna. Y ello tanto donde lo hace en solitario como donde lo hace en coalición con los regionalistas.

En un congreso más volcado en la imagen electoral que en el debate, tan sólo la propuesta fraguista de administración única, finalmente avalada por el equipo de Aznar, tenía verdadera enjundia política. Es una propuesta que sale al encuentro de un problema muy real -las duplicidades administrativas y su repercusión en el gasto público- y que, con las salvedades incluidas en la ponencia, merece ser considerada. Plantea algunas dudas su encaje constitucional: la existencia de un equilibrio de poderes entre los tres niveles de administración -local, regional y nacional- es consustancial al modelo autonómico. Además, contradice abiertamente al recientemente confirmado pacto autonómico, lo cual, aparte de decir poco en favor de la coherencia predicada, tal vez plantea los límites de la autoridad de Aznar frente a su antecesor. Pero la propuesta resulta discutible sobre todo por la dinámica que desata en un momento en que los nacionalistas genuinos pueden verse tentados a reforzar sus señas de identidad a la vista de que hasta Fraga se ha hecho autonomista radical.

La mejor demostración de que Aznar puede ganar es el reciente apoyo de la patronal y otros poderes económicos, cuyo criterio no suele ser tanto la identificación programática como la verosimilitud: Aznar ha dejado de ser increíble a sus ojos. Visto desde hoy, es evidente que la sustitución de Fraga era condición necesaria para cualquier proyecto de alternativa, y también que la opción por Aznar, con preferencia a otro tipo de líderes, fue un acierto. El presidente fundador tal vez tenía de entrada un mayor apoyo social, pero suscitaba el rechazo, también de entrada, de un segmento demasiado grande del electorado. Y después de 10 años de González, las carencias escénicas de Aznar se compensan con esa otra forma de identificación que suscitan los sujetos corrientes cuando llegan al poder.

Aznar se ha apuntado un éxito considerable al colocarse en disposición de disputar la mayoría a González. Pero fue realista al admitir que ya sólo falta casi todo: convencer a los indecisos sin por ello perder a los fijos, mantener la presión sobre el Gobierno sin dar sensación de irresponsabilidad, acreditar un equipo que pese a su juventud e inexperiencia no siembre la inquietud. Tiene para conseguirlo unos pocos meses, pero un buen punto de partida en las propuestas, dispersas pero eficaces, discutidas en el congreso: en materia de libertades, todo aquello que ponga el acento, más que en su ampliación, en la renuncia al abuso; mecanismos de control del Ejecutivo, etcétera. Y en materia económica, si bien propuestas como la de compensar la reducción de ingresos fiscales con reprivatizaciones suena a broma en coyunturas de crisis , la combinación entre austeridad pública y ahorro privado, por un lado, y creación de puestos de trabajo, por otro, tiene que sonar bien a quienes buscan desesperadamente un culpable de la amenaza de cierre o despido que pende sobre tantas empresas y trabajadores. Personas que, tras el cambio, están a la expectativa de lo que pueda significar el recambio que vende Aznar.

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