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La inolvidable faena de Silverio

San Martín / Niño de la Capea, Silveti, Armillita Siete toros de San Martín (uno, de regalo), presentables, sin fuerza ni casta. Niño de la Capea: estocada caída y rueda de peones (petición y vuelta); dos pinchazos hondos y descabello (vuelta); estocada desprendida y rueda de peones (aplausos). David Silveti: tres pinchazos y estocada (silencio); pinchazo, media y rueda de peones (silencio). Armilita Chico: estocada y rueda de peones (oreja); media trasera tendida y rueda de peones (silencio). Monumental Plaza México, 31 de enero. Casi lleno.

"¡Extraordinaria corrida! En homenaje al recuerdo de las grandes faenas a Clarinero y Tanguito, de Pastejé, en su 50 aniversario", anunciaban los carteles, y se referían a las que ejecutaron Fermín Espinosa Armillita y Silverio Pérez, respectivamente, el 31 de enero de 1943.

La trascendencia de la faena de Silverio, el Faraón de Texoco, fue la creación original del toreo. Aquella lejana tarde embarcó al bravo toro con el mínimo espacio para que pudiera ir prendido al engaño sin tocarlo. Redujo increíble e impecablemente el margen entre astado y diestro, y se embraguetó. Alargó dramática mente el tiempo-riesgo del ritmo en la realización de los pases. Aportó a la fiesta brava un insólito temple. Formas en la lidia inimaginables en esa época, en la que las reses aún no moderaban sus embestidas por obra del proceso genético. Fue tal el éxtasis de la multitud que abarrotaba las 26.000 localidades de la antigua plaza El Toreo, que además de conceder a Silverio la oreja y el rabo, le hicieron dar ocho vueltas al ruedo. Y así, a partir de aquella fecha, el toreo tuvo otra dimensión y sentimiento. En este festejo conmemorativo, el viejo Silverio recibió las ovaciones del público en una vuelta al ruedo, y los diestros le brindaron sus primeros toros.

Niño de la Capea se acopló al claro primer ejemplar y lo toreó con temple y arte. Con el topón e incierto cuarto tuvo entrega, y al final del trasteo engarzó pases en la perpendicular del morrillo, que impactaron a la concurrencia. Regaló el sobrero, que resultó manso y sólo pudo cumplir.

David Silveti abrevió con el segundo, un morlaco de recorrido corto que se revolvía en los tobillos. Y al quinto, que protestaron por anovillado, le hizo una labor esforzada.

Al tercero, que saltó al callejón y luego probaba al torero, Armillita lo metió en la pañosa a base de consentirlo y encelarlo. Dibujó con suavidad los pases y redondeó la faena haciendo la cruz con el acero. El sexto toro se acobardó y acabó muy parado, a causa de los cuatro puyazos que recibió en el primer tercio.

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