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El Deportivo sobrevive al castigo de Vallecas

Jamás se sabrá si fue cosa de las meigas que protegen al Deportivo o el mal fario que persigue al Rayo. El caso es que los últimos minutos del partido, los que invirtieron su desenlace, fueron mágicos para los unos y nefastos para los otros. El equipo de Arsenio se encontró al final con un empate inesperado, que, eso sí, peleó y casi mereció, y se convirtió en el campeón de invierno de la Liga. El primer título de su historia, aunque más simbólico que real.El Deportivo cree en sí mismo, como el Barcelona. Tal vez este detalle justifique el porqué ambos equipos han sobrevivido, aunque a última hora, al Rayo, un castigo en Vallecas para los poderosos. Camacho sabe como meter mano a las grandes citas, pero sigue sin encontrar la medicina que cure a sus jugadores del temblor de piernas que padecen con el cronómetro en el cogote.

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Primer título de su historia

El técnico vallecano ha convertido en rutina estos duelos de gala. Transcurren con una similitud metódica: gol tempranero, esfuerzo sobrehumano, atascos continuos y pelotazos. El rival, con sus delanteros al borde de la desesperación por las marcas al hombre de Paco y Miguel, suele perder la paciencia. Acaba por entregar el partido. Ayer sucedió lo mismo, pero el Deportivo no dio nunca su brazo a torcer.

Al Deportivo no le salía su suma básica: Mauro Silva + Aldana o Fran + Bebeto= gol. Y es que Camacho convierte el fútbol al revés. El que trata de jugar se pierde, el que recurre al pelotazo sale airoso. El Deportivo se pasó la vida inventando espacios y el Rayo destrozándolos; el uno empujando el campo y el otro cerrándolo. Así, el que más sufre, claro, es el balón, que no acaba de estar a gusto con nadie. Bueno, con Pedro Riesco.

Pedro es el verdadero culpable de que la táctica del Rayo sea rentable. Se conoce al milímetro Vallecas, sus desniveles, sus agujeros y sus claros. Descubre rincones con un simple giro de cintura. Es un delantero formidable. Sólo tiene que estar atento para cazar los pelotazos de sus compañeros. El resto lo hace su talento, su capacidad de improvisación. Ayer dejó un gol soberbio y fabricó todo el peligro de su equipo. Por lo demás, el oficio de Pablo y el empuje de Visjnic.

El Deportivo bastante tenía con sobrevivir. Bebeto, desquiciado entre las sombras de Paco, no existía. Fran, Mauro Silva y Aldana, apagados por la presión de los centrocampistas del Rayo, tampoco. Los laterales no encontraban sitios por donde entrar. El Deportivo no se parecía en nada al Deportivo. Tenía el balón más que nadie, pero no hacía daño. Con la razón por bandera no hallaba respuestas. Por eso, al final tuvo que recurrir al aceite de ricino: balones a la olla, la medicina futbolística más vieja. El Rayo tenía el partido bajo control. Con un fútbol rácano, pero bajo control.

Lo que pasa es que el fútbol, a veces, resulta cruel con la falta de ambición. Se harta del especulador y le deja en cueros. El Rayo ya tiene experiencia. Ha dejado demasiadas veces partidos ganados en manos de la mala suerte. En vez de apostar por la sentencia cuando tiene al rival de rodillas, se conforma con la renta y se tira atrás. Ayer lo volvió a pagar caro. El Deportivo esperó a que los jugadores rayistas entraran en su fase de nerviosismo, la que rodea los minutos finales, y le birló un empate. Firmado, claro, por Bebeto, un delantero en racha. Tocó pocos balones pero de qué forma.

Por cierto, Andújar Oliver estuvo espléndido.

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