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Una nueva vida para Naciones Unidas?

De repente, los cascos azules y los vehículos blindados de Naciones Unidas parecen estar en todas partes: en Somalia y Mozambique, en Bosnia y en Líbano, en Camboya. Rara vez está del todo claro lo que hacen, porque parece que mantienen la paz sin luchar, casi como si fueran ángeles de algún benevolente cielo; aunque, entonces, otra firme resolución del Consejo de Seguridad nos hace darnos cuenta de que también en nombre de Naciones Unidas pueden verse amenazadas las vidas. Aun así, difícilmente pasa un solo día sin que los medios de comunicación nos recuerden la realidad de esa casi olvidada organización situada junto al East River. ¿Será que el nuevo papel de Naciones Unidas es el dividendo de paz que se nos paga a nosotros, los ciudadanos del mundo, tras el final de la guerra fría?Sería bonito creerlo, pero, por desgracia, también sería un poco ingenuo. Naciones Unidas fue el segundo intento por parte de Estados Unidos de crear el núcleo de un gobierno mundial. A diferencia del primero, la Liga de Naciones, no era sólo el capricho de un presidente. Siempre me ha impresionado la intensidad y la lucidez con que diversas comisiones -de rectores de universidades, de abogados, de economistas- estudiaron en plena guerra el mundo en el que la gente podría vivir en paz y prosperidad tras el fin de las hostilidades. El presidente Roosevelt estableció los planesjunto con los líderes aliados en Yalta y Teherán y procedió a organizar las conferencias de Dumbarton Oaks y San Francisco. Puede que Winston Churchill estuviera algo menos entusiasmado, pero estuvo de acuerdo (y John Maynard Keynes aportó una fundamental contribución británica al pilar económico del nuevo gobierno mundial, es decir, el Fondo Monetario y el Banco Mundial). Aunque Roosevelt no se dio cuenta, Stalin era un cínico. Hasta que el embajador Kennan no envió, a principios de 1946, aquel largo telegrama" en el que explicaba que la Unión Soviética no apoyaría más que aquellas instituciones que fueran de su interés inmediato y que, por consiguiente, no se uniría al FMI, Washington no cayó en la cuenta de la realidad del nuevo juego de poder.

¿A qué viene recordar hoy todo esto? Hay dos razones. Una es que la situación mundial después de la II Guerra Mundial era radicalmente diferente de la de hoy. La guerra fría fue precisamente eso; no fue una guerra que indujera a todos a replantearse el orden de las cosas y a prepararse para un nuevo mundo. El nuevo orden mundial del presidente Bush es una copia patética del proyecto del presidente Roosevelt; a diferencia de la creación de Naciones Unidas, el nuevo orden mundial no es más que una expresión sin ninguna idea ni voluntad política detrás.

La otra razón para recordarlo es que el viejo orden mundial no funcionó como estaba previsto. Aunque sí funcionó durante un tiempo, y no sólo a través del FMI y el GATT, sino también, por ejemplo, durante la guerra de Corea, a través de las instituciones formales de Naciones Unidas. Pero funcionó porque había una potencia dominante que garantizaba el sistema: Estados Unidos. El viejo orden mundial era una pax americana, eso es todo. Es más, se vino abajo en cuanto se empezó a desafiar el poder norteamericano, es decir, cuando China dejó de estar representa da por un gobierno de marionetas y la Unión Soviética llevó la guerra fría a las Naciones Unidas. De repente, como dijo el senador (entonces embajador) Moynihan en un famoso artículo, "Estados Unidos estaba en la oposición", después dé lo cual Naciones Unidas entró en un prolongado periodo de irrelevancia.

Por consiguiente, la verdadera cuestión es hoy: ¿puede funcionar, después de todo, el viejo sueño de un orden mundial basado en la cooperación entre iguales? Sin duda, unos serán más iguales que otros como, por ejemplo, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, pero nadie estará en ligas completamente diferentes ni dominará a los demás. ¿No es ésta la oportunidad para una verdadera comunidad mundial?Me lo pregunto y, en el fondo, tengo mis dudas. Esas dudas no son sólo preocupaciones fundamentales de que cualquier sistema de comunicación espontánea a lo Habermas, cualquier voluntad general a lo Rousseau, vaya a acabar animando a los Milosevic, si no a los Sadam Husein de este mundo, a hacerse con el poder.

También hay indicios de que la distribución internacional de poder, enormemente fluida de momento, no durará. Observamos a Lord Owen y a Cyrus Vance y oímos que representan a la Comunidad Europea y a Naciones Unidas. Pero ¿cuál es su verdadera base de poder? ¿Acaso no necesitan esa base para tener éxito? El ministro de Asuntos Exteriores Kosyrew pronunció en Helsinki su absurdo pero aterrador discurso sobre lo que podía suceder y nos recordó lo que puede que otro ruso diga pronto. China está cada vez más nerviosa con la injerencia de Naciones Unidas en los asuntos internos de otros países.

Lo único seguro es que la próxima etapa del orden mundial no será una pax americana. Aunque Estados Unidos siga siendo la potencia más fuerte del mundo, ya no está en su propia liga, ni tampoco quiere estar. Por otra parte, hay nuevas estructuras que todavía están formándose y volviéndose a formar, como en un caleidoscopio. Y siempre parece que las fuerzas centrífugas son más fuertes que las de cooperación constructiva. No es éste un escenario muy alentador, pero a los que creemos en un imperio mundial de la ley no debe disuadirnos de pensar que es posible y de luchar por hacerlo realidad. Pero no abriguemos falsas esperanzas. Para hacer otro verano hacen falta más golondrinas que unos cuantos cascos azules aquí y allá.

es decano del St. Anthony's College de Oxford y presidente del diario británico The Independent.

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