Pánico
Tenía apenas seis años. Mi padre mi iba a llevar a ver un Madríd-Atleti. Era invierno y me calzaron un verdugo de lana, el correspondiente abriguito y la bufanda que todo lo ataba. Con los ojos como los sapos cancioneros, emocionado, salí a la calle de la mano de mi papá. Caminaba a saltos, dando patadas al aire.En las proximidades del Metropolitano desapareció la luz. Me encontré sumergido en un bosque de piernas. Me aferré a su mano, consciente de que, si me soltaba, no le volvería a ver nunca. Me perdería. Me cogería una señor y me vendería por ahí.
Dejé de meter goles imaginarios y por mi cabeza pasaron toda suerte de situaciones de orfandad, miseria y crueldad.
Se encendieron los focos del estadio y, ante tal explosión de luz, quedé sobrecogido. La marabunta rugió. Por las puertas de los córneres entraron legiones de cochecitos de minusválidos empujados por muchos más hombres de los necesarios. Tener un amigo con carrito era como tener un carné.
"Señora, mueva un poco la base, que está ocupando asiento y medio". "Árbitro, ves menos que un gato de escayola". "Dale, dale". "Cabrón". "Hay copas de coñá". "Gentuza". "Collar, que has pasao mu mala noche". "Eso lo será usté". "Niño, deja ya la trompetita, coño". "Di Stéfano, que duermes con don Santiago para que te dé calor".
Cosas de los niños: en vez de traumatizarme, cogí afición. Pero nunca volví al Metropolitano. Mi tío Pedro José me hizo soció del Madrí y mi padre, que tiene los huesos rojiblancos, ha pagado las consecuencias de aquella experiencia iniciática el resto de su días.
Un derby es un derby. ¡A por ellos!
es artista y simpatizante del Real Madrid.
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