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'Cerebro' de la Zarzuela y servidor de su señor

Hace dos años, cuando Sabino Fernández Campo cambió de despacho en la Zarzuela para pasar de secretario general a jefe de la Casa Real, ya fraguaba su retirada. No quería convertirse en un personaje eterno por más que en algún momento de la reciente historia de España hubiera sido casi una voz imprescindible. Quería irse a tiempo, decía, sentado en el que había sido hasta entonces su despacho, junto a un reloj decimonónico que marcaba las horas con cierta melancolía. Pero, al mismo tiempo, Fernández Campo parecía amar ese cargo hecho a su medida y su marcha resultaba lejana, tal vez porque no existía aún la persona capaz de sustituir a quien durante 16 años ha sido el cerebro de la Zarzuela y hasta la conciencia del Rey.Y aunque Fernández Campo había ejercido de facto como jefe de la Casa del Rey, junto al anciano Nicolás de Cotoner, marqués de Mondéjar, mientras sólo fue secretario general, su nombramiento parecía con solidar su permanencia en la Zarzuela. Sólo la edad -el general tiene ya 74 años- aparecía como razón suficiente para aconsejar un potencial relevo, pero no de forma apremiante. Aunque la concesión del título de conde de Latores, en la primavera de 1992, también presagiaba un próximo cambio.Y es que desde que fue llamado a La Zarzuela hace ya 16 años, Sabino Fernández Campo ha desarrollado un perfecto ejercicio de equilibrio entre su subordinación al Rey y su actitud de alerta para aconsejarle -y hasta para frenar su afición al riesgo en el deporte-. Un ejercicio de estilo palatino seguramente difícil y hasta incómodo en los primeros años que, con la costumbre y la experiencia se fue perfeccionando en un saber hacer eficaz de alta diplomacia. Y es que si existe un puesto adecuado para cada persona, éste ha sido el caso de este asturiano capaz de fundirse con la sombra real en los anchos pasillos de la Zarzuela y, a la vez, con suficiente autoridad para imponer criterios y hasta para discrepar con el soberano.

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Hijo único de un próspero y emprendedor tendero asturiano, Sabino Fernández Campo nació en un pueblo cercano a Oviedo y cursó la carrera de Derecho con la secreta pretensión de llegar al mundo de la diplomacia. La guerra civil, sin embargo, le condujo al Ejército y fue en este campo donde hizo carrera. Integrado en el cuerpo de Intervención militar, formó parte durante 20 años de la secretaría técnica de siete ministros del Ejército. Luego, en la transición, fue nombrado subsecretario de la Presidencia por Alfonso Osorio en 1975, para pasar un año después al mismo cargo en Información y Turismo con Andrés Reguera Guajardo. Un rodaje que culminó en 1977 al ser llamado a La Zarzuela para sustituir al general Alfonso Armada, secretario general desde los tiempos en que don Juan Carlos era Príncipe. Y fue allí, en palacio, donde transformó su natural cautela y su sentido de la disciplina, en un modelo de mesura y hasta de fina diplomacia de corte vaticano.

La historia de la monarquía española no sería probablemente la misma si Fernández Campo no hubiera estado, en La Zarzuela. Su afortunada frase 'No está aquí ni se le espera' como respuesta a la pregunta de si se encontraba allí el también conspirador y antiguo secretario del Rey, Alfonso Armada, en la tarde del 23-F, nunca será suficientemente pagada por la Historia. Fortalecida su figura tras el golpe de 1981, ha ido fraguando durante estos últimos años su papel de guardián de la Monarquía y ha dotado a su rostro de un expresión hermética e impenetrable, a salvo de cualquier rumor o emoción personal. Su socarronería asturiana, su habilidad para eludir respuestas comprometidas o para esquivar a políticos demasiado interesados en intimar con él para estar al tanto de los asuntos de La Zarzuela, ha sido una lección de ingenio.

Aunque el precio por guardar tantos secretos de Estado también se ha ido reflejando en unas ojeras cada vez más profundas. Así, este hombre maduro y bien conservado, sin duda coqueto, de ojos entre agrisados y azules, ha ido ganando gravedad en los últimos meses, cansado quizás, no sólo por el paso del tiempo, sino también de la suma de pequeñas discrepancias -la última, a causa del polémico reportaje real emitido en la -televisión británica por una audaz y atractiva periodista-, que han jalonado su tarea.

Admirador de doña Sofía, a quien considera la encarnación. perfecta de lo que debe ser una reina, del peso exacto de su influencia en el Monarca del que desde ahora será sólo consejero privado, apenas se conocen más que atisbos. La casi fulminante salida de La Zarzuela de su sucesor en la secretaría general, el diplomático José Joaquín Fluig de la Bellacasa, a pocos meses del nombramiento, nunca fue explicada.

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