Absurdo divorcio
CHECOSLOVAQUIA SE partió en dos el 1 de enero. Checos y eslovacos, que no han podido expresar su opinión sobre esta decisión traumática, aún se preguntan por qué. Tres cuartos de siglo después de haberse constituido con sus fronteras actuales, deja de existir un país que fue, en el periodo entre las dos guerras mundiales, modelo de democracia en una región dominada por regímenes autoritarios, y que desempeñó un papel de equilibrio importante en el centro de nuestro continente.La división no se debe a sofisticadas u ocultas razones o a rencores históricos insalvables. La participación conjunta de checos y eslovacos en la gobernación de Checoslovaquia se ha llevado a cabo en un clima de cooperación, sin graves incidentes. Es cierto que, en los momentos llenos de esperanza del derrumbe del sistema comunista, surgió en Bratislava una corriente nacionalista que empezó a plantear la necesidad de cambiar radicalmente las relaciones con Praga para reafirmar la personalidad eslovaca. Incluso algunos grupos llegaron a reivindicar el poco glorioso antecedente de la Eslovaquia de monseñor Tiso, creada por Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las fuerzas nacionalistas que ganaron las elecciones en junio de 1992 -encabezadas por el actual jefe del Gobierno eslovaco, Meciar- no pedían ni la independencia ni la ruptura del Estado checoslovaco. Del voto de los ciudadanos no ha emanado ningún mandato para que se efectúe la división que ha entrado en vigor hace dos días.
La propuesta de Meciar era una Eslovaquia soberana, pero dentro de una confederación que diese continuidad, con formas nuevas, a lo que había sido históricamente Checoslovaquia. Pasadas las elecciones, se inician las negociaciones entre Meciar y Klaus, el cual había ganado las elecciones en la parte checa, pero con un programa centrado en la reforma económica. Klaus rechaza tajantemente la idea confederal: o se mantiene la federación que existe o se va a la separación. El absurdo resultado ha sido una división que, en principio, nadie quería.
Nadie: tampoco los eslovacos. Resulta curioso constatar cómo se ha extinguido la fiebre patriotera que dio lugar a manifestaciones masivas pidiendo una bandera eslovaca, un ejército eslovaco, un presidente eslovaco. El nacimiento del nuevo Estado no ha dado lugar a manifestaciones de júbilo. Se comprende: la economía eslovaca es mucho más débil que la checa y los efectos de la separación serán particularmente negativos para ella. En cuanto a los checos, que llevan mil años formando parte de complejos Estados multinacionales, el encontrarse solos de pronto les parece contra natura. Sienten nostalgia por la desaparición de Checoslovaquia, excepto una minoría ilusionada con que ahora la integración en el grupo de los países mas avanzados podrá ser más rápida.
Por otra parte, la partición checoslovaca ha sido un modelo de negociación pacífica que contrasta con la espantosa guerra que asuela los Balcanes. Los problemas tan complejos del reparto de los bienes y de las deudas han dado lugar a acuerdos precisos; la moneda común funcionará durante cierto tiempo. Sin embargo, esta partición puede acarrear graves desequilibrios en la zona centroeuropea: los 600.000 húngaros establecidos en Eslovaquia estaban más protegidos en un Estado multinacional. Sus derechos a usar su pro pia lengua han empezado a ser restringidos por las autoridades eslovacas. Ello estimula las corrientes más nacionalistas en Budapest, que ejercen una fuerte presión sobre el Gobierno.
Si la consecuencia de una ruptura absurda sólo se traduce en nostalgia generalizada por el fin de Checoslovaquia, no será muy grave. Pero cabe temer efectos mucho más peligrosos.
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