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LA BATALLA POR LA CASA BLANCA

Los pobres del sueño americano

Los demócratas han hecho suya la bandera de las clases medias bajas

Un total de 35 millones de norteamericanos, la cifra más alta desde 1964, luchan cada día en su propio país por escapar de la pobreza atrapados por una recesión económica que ha hecho descender el nivel de vida de muchos trabajadores. Una realidad que contrasta con la imagen de Estados Unidos como tierra prometida en la que aún creen millones de personas en el mundo que quieren un futuro mejor para ellas y sus hijos.

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Estos dos aspectos de la sociedad -el sueño americano y las uvas de la ira- están en el telón de fondo de esta campaña electoral. El demócrata Bill Clinton y el independiente Ross Perot hablan de devolver a este país su confianza en sí mismo, su potencia económica. El presidente George Bush considera que todo está listo para la recuperación económica que ponga fin a las bolsas de pobreza.Las estadísticas oficiales clasificaban en 1991 a una familia de cuatro miembros como pobre si tenía unos ingresos anuales inferiores a los 13.924 dólares. Esa cantidad de dinero, que varía cada año en función del índice de precios, puede decir mucho o nada traducida a otra moneda y a otro país. Pero, en Estados Unidos, ganar por debajo de esa cantidad significa entrar en la red de beneficencia y abandonar cualquier ilusión de pertener a la sociedad de consumo. En esa si tuación se encontraban, según cifras facilitadas por el Gobierno el pasado mes de septiembre, 35,7 millones de norteamericanos, 2,1 millones más que el año anterior.

Los índices de pobreza han crecido constantemente desde mediados de 1989. Las cifras de la Oficina del Censo indican que la tasa de población que vive en la pobreza creció de un 12,8% en 1989 a un 13,5% en 1990 y a un 14,2% en 1991. La crisis económica, con sus secuelas de paro, declive industrial y urbano, delincuencia y marginación, ha golpeado a todos los grupos sociales, pero especialmente a las minorías raciales.

Para la población de origen africano, como han decidido llamarse los que hasta ahora se conocían como negros, la tasa de pobreza subió al 32,7%, mientras que para la de origen hispano llegó al 28,7%. Por zonas geográficas, el sur del país sigue siendo la zona con mayor número de pobres, pero la crisis se ha hecho sentir mucho más en otras zonas del país como California, Florida, Nueva York o Tejas. Fuera de las estadísticas oficiales quedan los inmigrantes ilegales y aquellas personas a las que la marginación les ha dejado fuera de los registros.

Tiempo de sacrificios

John Schwarz, en un reciente libro, The forgotten Americans, traza una panorama bastante desolador sobre la situación de aquellas familias que tienen empleos, trabajan duro, pero sólo consiguen llegar a fin de mes a costa de muchos sacrificios. Según ese estudio, una familia de cuatro miembros de esa clase social -que no es la de los desempleados, ni la de los marginados- necesita un mínimo de 20.650 dólares (poco más de dos millones de pesetas) de ingresos anuales para mantener un nivel de vida digno.

La crisis económica también ha supuesto un declive en el ingreso medio de una familia norteamericana, que, según las mismas cifras, cayó en 1991 en 1.077 dólares, para situarse en 30.126 dólares anuales. Pero las estadísticas pueden ser engañosas, ya que la riqueza sólo se reparte por igual cuando se hacen los cálculos de la renta per cápita. Y la década de los ochenta no ha sido una época de crisis, sino de crecimiento, con una distribución desigual que ha favorecido más a los más ricos. Dos periodistas del diario Philadelphia Inquirer, Donald Barlett y James Steele, que ganaron el Premio Pulitzer con una serie de reportajes sobre la evolución de la sociedad y la economía, calcularon que, en la pirámide social, el 4% que está en la cumbre ingresa en sueldos y salarios lo mismo que el 5 1 % que forma la base. Sólo en sueldos y salarios. Los demócratas, con Bill Clinton a la cabeza, han hecho suya la bandera de los nuevos pobres, de las clases medias bajas, en su camino hacia la Casa Blanca. Y posiblemente ése sea el resorte principal que ha propulsado su campaña y ha puesto a George Bush a la defensiva. El presidente republicano mantiene, una y otra vez, que las críticas de sus rivales demócratas son relativas en esta sociedad que conoce la opulencia más que ningún otro país en el mundo. Los republicanos mantienen que una interpretación literal de las estadísticas no refleja la realidad, y aseguran que los programas de auxilio social, ayudas en alimentación, sanidad, amortiguan los efectos de la crisis entre los más pobres. Bush, en todos los debates, se ha quejado de la desfiguración que supone presentar la situación económica de Estados Unidos como la de una sociedad en ruinas. El presidente norteamericano mantiene que la economía de su país, en muchos conceptos, es más solvente que la de sus competidores europeos o asiáticos. En su favor también tiene las estadísticas de consumo -vivienda, automóviles, teléfonos, televisores, pero también educación universitaria, creación de empleo-, que la colocan a la cabeza de los países más industrializados. La sociedad norteamericana sigue acogiendo, además, a decenas de miles de inmigrantes legales e ilegales que siguen pesando en los programas de asistencia social tanto de la Administración federal como estatal. Los republicanos se oponen a la existencia de un Estado asistencial, ya que la extensión de los programas de seguridad social, en su opinión, tiende a crear una cultura de beneficencia que puede llegar a instalar en la pobreza crónica a amplios sectores sociales.

El 'nuevo pacto'

Los demócratas han recuperado el discurso del new deal (el nuevo acuerdo) de Franklin Roosevelt, de la new frontier (la nueva frontera) de John Kennedy, y han acuñado el new covenant (el nuevo pacto) de Bill Clinton. Aunque defienden una mayor presencia del Estado en la asistencia social, una mayor intervención de las distintas administraciones públicas para garantizar los derechos de los más desprotegidos, su filosofía política entronca directamente con uno de los mitos fundacionales de Estados Unidos: ésta es la tierra de la oportunidad para los desposeídos, y cualquier persona que trabaje con tenacidad, sea sobria, frugal y ahorradora, tiene su futuro garantizado.

La dura realidad de los últimos años atenta contra esa visión en la que descansa el sueño americano. Los conflictos raciales como el que sacudió a la ciudad de Los Angeles el pasado verano, el crecimiento de la delincuencia -la población carcelaria se ha duplicado en la última década-, el deterioro de las zonas urbanas, son factores que han hecho salir de la indiferencia a muchos norteamericanos. Esa es la idea de cambio que vende el Partido Demócrata, y que, a estas alturas de la campana, parece que ha prendido entre la población.

El Partido Republicano sigue manteniendo que el nivel de riqueza que ha alcanzado la sociedad industrial en este fin de siglo se debe a la economía liberal, cuyo modelo ha triunfado frente a la economía planificada. Y ambas visiones tienen en común su fe en el progreso, en el crecimiento como superación de penurias y albergue para los más necitados. Y fe es creer en lo que no se ve.

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