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El frágil puente humanitario

El 30% de la ayuda a Sarajevo 'se pierde' en los controles serbios

J. M. CORTÉS ENVIADO ESPECIAL En los valles de Bjelasnica, la muerte y la destrucción son referentes reales, forman parte del paisaje, son una táctica de exterminio. Desde Split, a orillas del Adriático, salen a diario convoyes de la ONU con destino a la capital bosnia, transportados por cooperantes de la Alta Comisaria de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). "El 30% de esta ayuda se pierde en el camino porque los mismos controles serbios obligan a dejar parte de lo que llevan lo camiones", reconoce un funcionario de las Naciones Unidas.

Estamos lejos de la Europa central, donde el drama bosnio es, para muchos, la materia prima de un inexplicable gusto por la desolación. "Yo realizo cada tres días el trayecto de Kiseljak a Sarajevo; son 10 kilómetros desde el último control de los cascos azules y los chetnik (fuerzas serbias)", explica M. T., un bosnio voluntario que transporta ayuda humanitaria. "Me dejan llevar en el asiento de la derecha un kilo de galletas y leche para mis niños".A lo que más temen los conductores humanitarios es a los terroristas del week-end chetnik, una práctica extendida entre la juventud radical de Belgrado. "Algunos jóvenes están siendo armados por fuerzas regulares o milicias serbias y durante el fin de semana se dedican a matar musulmanes bosnios y a cometer desmanes en poblaciones pequeñas de las zonas ocupadas", explica el miembro de la organización humanitaria Pic World, un organismo no gubernamental vinculado al gobierno Bosnio.

KiselJak, en la Bosnia central, es la base operativa de la ayuda humanitaria que llega a Sarajevo. "Escoltamos los convoyes humanitarios y hoy precisamente [el pasado jueves] estamos esperando la llegada de una carga proceden te de Espafia", explica un oficial ucraniano de las Naciones Unidas que comanda una columna de tanquetas.

Esta población, situada en el extremo de un pequeño oasis desmilitarizado, es una antigua ciudad balneario que antes de la guerra era centro de veraneo de las clases acomodadas de Sarajevo. Unos 100 kilómetros más abajo, en dirección al mar, Kavensko, es la única frontera transitable entre Croacia y Bosnia Herzegovina y paso obligado para toda la ayuda humanitaria por vía terrestre que no utiliza el puente aéreo de Zagreb. Desde Kavensko, a las puertas de Sarajevo, se abre una resbaladiza pista forestal, el pasillo humanitario controlado por los cascos azules de la ONU, a 2.000 metros de altitud sobre la cordillera central de los Balcanes.

Modernidad avasalladora

Más al norte, en Konic un joven oficial croata se une a sus compañeros: "Estas casas que usted ve han sido bombardeadas esta mañana con morteros desde aquellas colinas", dice mientras inspecciona el automóvil en el que viajan los reporteros. Entre esta población y Mostar, la armada serbia va estrechando el bucle atravesado por los convoyes humanitarios. La artillería serbia, alimentada por Belgrado (capital de la República Federal de Yugoslavia, es decir, Serbia y Montenegro), avanza creyéndose un símbolo avasallador de lo moderno, en su intento por disciplinar bajo su bota a las minorías musulmanas.

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El pasillo abierto desde Split hasta Kiseljak, que debería estar protegido por la armada croata -según los acuerdos alcanzados en Ginebra antes del verano-, va perdiendo sus contornos a medida que nos acercamos al sur de Sarajevo. Entre los soldados bosnios, armados con el clásico kaláshnikov, se observa una evidente precariedad. En Tarcin, otra población acechada por los serbios, un camión militar bosnio detuvo a los reporteros para pedir dos litros de gasolina que le permitirían llegar al control más próximo. El embargo económico decretado por Naciones Unidas a todo el territorio de las repúblicas de la ex Yugoslavia sólo funciona en Bosnia. Los serbios, a través de los territorios autoproclamados (el caso de Krajina), abren pasillos comerciales con Eslovenia, Europa y los puertos del mar Báltico.

En Bradina, ya muy cerca de las posiciones de los vascos azules de la ONU, la aviación serbia inutilizó hace tres meses la estación de tren para cerrar la única vía natural que unía Sarajevo con el Adriático.

El paso del diablo

Por estos montes "ha pasado el diablo", afirma un campesino bosnio. En algunos pueblos no queda una sola casa en pie; otros en cambio parecen intactos. Todo depende de la implantación religiosa; a los musulmanes se les extermina; "así aplican ellos la llamada limpieza étnica", explica un anciano.

De regreso a Split, cuando cae la noche, las caravanas que atraviesan la Bjasalnica forman un inmenso gusano de luz en medio de los valles con temperaturas por debajo de los 30 grados. Entre camión y camión, se apelotonan coches con familias enteras que huyen de la ofensiva serbia. Son los últimos refugiados bosnios -ACNUR ha registrado 1.200.000 personas huídas de sus hogares desde el inicio del conflicto- que intentarán pasar el invierno en los campos de Eslovenia y Croacia.

La diáspora musulmana es el precio de una guerra que puede llevar a la cantonalización de Bosnia-Herzegovina. Sarajevo, es la nueva Jerusalén en la que conviven tres liturgias: la ortodoxa (serbios), la católica (croatas) y la musulmana (bosnios); tres espacios naturales que cimientan bajo las bombas lo que puede llegar a ser muy pronto la división tripartita de la ciudad.

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