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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis en Rusia

EL IMPULSO decisivo que Borís Yeltsin dio a la reforma, tras su victoria sobre los golpistas en agosto de 1991, está llegando a su fin, como indican sus errores y dudas al afrontar los problemas básicos de la sociedad rusa. Los fallos del modelo de reforma y la complejidad de los problemas al introducir aceleradamente los valores del mercado en una economía centralizada en desintegración indican la necesidad de un cambio en la forma de gobernar. Yeltsin ya ha señalado reiteradamente que es necesario tender a un consenso entre fuerzas de diverso origen, pero su actuación en las últimas semanas ha sido contradictoria.Con las fuerzas del antiguo régimen totalmente en retroceso a causa del fracaso del golpe, el equipo de jóvenes economistas liderados por Yegor Gaidar dio, a partir del pasado enero, dos pasos decisivos para conducir la economía del país hacia el capitalismo: la liberalización de los precios a primeros de año y, en estos momentos, la puesta en marcha del proceso de privatización masiva de las grandes y medianas empresas. Medidas que han convertido en irreversible el proceso hacia la economía de mercado.

Las enormes dificultades económicas han coincidido con la, desaparición de la URSS, de la que han surgido 15 países distintos, muchos de ellos enfrentados entre sí. Y la suma de los dos factores ha propiciado unos descensos de producción (se prevé un bajón del 20% este año) sólo comparables a los de países en guerra. La necesidad de reconstruir el consenso social se hace día a día más evidente. Es en estos momentos cuando más se nota la ausencia de fuerzas políticas estructuradas y vinculadas a los diferentes intereses sociales. En lo que va de año, el pequeño y coherente grupo de reformistas de Gaidar, cuya experiencia era teórica antes de llegar al poder, ha podido actuar gracias al paraguas de Yeltsin, aunque cada vez con mayores dificultades. Más aún: la figura de Yeltsin aparece hoy más que nunca como la del autócrata rodeado de validos influyentes, que toma decisiones contradictorias en función del último consejo y apenas tiene en cuenta lo que se piense de él más allá de sus fronteras. La precipitada suspensión de su visita a Japón y la inicial decisión de prohibir a Gorbachov que viaje al extranjero son buena muestra de sus tentaciones aislacionistas.

Con todo, aunque siga primando entre los políticos rusos el más feroz individualismo, en los últimos meses se han empezado a configurar tres tendencias, que podrían dar lugar a un sistema estable de partidos. En el extremo, que no se sabe si es derecho o izquierdo, se sitúan las fuerzas de oposición sistemática, aglutinadas en el grupo Edinstvo (Unidad), que reúnen en un mismo frente de rechazo a fascistas, nacionalistas radicales y comunistas. Al otro lado del abanico se halla la coalición Movimiento para las Reformas, que ha ido perdiendo a algunos de sus elementos de raíces más genuinamente democráticas a causa del desgaste que le acarrea su apoyo a una política casi siempre impopular. Entre unos y otros, el denominado bloque centrista Unión Cívica, que gana fuerza diariamente desde que se configuró en mayo pasado, y que pretende conjugar las reformas liberales con un poder fuerte y la recuperación del orgullo de ser ruso y ciudadano de una gran potencia.

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Los últimos discursos de Yeltsin apuntan hacia la consolidación de un Gobierno de coalición de los dos bloques reformistas -el actual Gabinete ya reúne de hecho representantes de ambas formaciones-, con el teórico Yegor Gaidar al frente, pero rodeado de hombres prácticos vinculados al complejo militar industrial, que en Rusia equivale a decir la gran industria. Conviene señalar que, dada la situación de crisis total en. que se encuentra sumido el país, ni siquiera un pacto nítido de los reformistas supondría una garantía de éxito, aunque probablemente sea una premisa necesaria. Ello es así porque, además del extremo deterioro económico y social, está la incertidumbre sobre la integridad territorial de la Federación Rusa, cuyas fronteras actuales están claramente en peligro en el Cáucaso y son eventualmente vulnerables en otros muchos puntos. Incluso la más ajustada y clarividente de las políticas puede necesitar muchos años para sacar a Rusia del abismo.

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