Olor de albahaca
Esta mañana me han regalado tres macetas de albahaca. ¡Qué sugerente y fascinante olor, que casi se toca, el que trasmina esta planta! Las he colocado sobre mi mesa de trabajo, muy cerca de mí, para que me rodeara su fragancia. De ellas me llega un olor suave, transparente, un olor que parecería procedente de gente que ya se ha ido y que vivía en otra época, de otra manera. Un perfume que me hace ver personas vestidas de jaique y de turbante. Huele a moros, no a cristianos, a gente como marchándose.Cuando me encontraba ceñido por este aroma oriental, ha vuelto a Ora Marítima, nuestra casa portuense, Paco Rabal, tan juvenil y divertido siempre. Ha venido a invitarnos al merecido homenaje que le dedica en la Expo de Sevilla el Pabellón de Murcia. De nuevo, hemos recordado nuestra amistad desde hace treinta años, nuestro primer encuentro en el hotel Inglaterra de Roma, las charlas explosivas que manteníamos con Buñuel, sus visitas a Punta del Este, su enorme admiración por la poesía...
Mis constantes compromisos me impedirán acompañarlo en ese próximo día en el que amigos y admiradores alabarán sus grandes méritos como actor. Yo estaré ausente, pero mi voz sonará en estos afectuosos versillos que le he escrito esta misma tarde, mientras que dos de mis cinco traviesos gatos me desanudaban los cordones de mis zapatos, sin que yo pudiera evitarlo: "Tú eres el mejor actor / entre todos los actores / y a la vez el ruiseñor / mejor de los ruiseñores. / Yo tengo el más grande honor / en cantarte en este día / Paco Rabal, el mejor / de Murcia y de Andalucía".
Hace muy pocos días he regresado de Jaén, auténtica ciudad de ambiente moruno, cuya geografía también parece oler a albahaca. Ciudad que siempre me trae el recuerdo de los tan populares versos de Miguel Hernández: "Andaluces de Jaén / aceituneros altivos", y esta vez más que nunca, pues la voz de Paco Ibáñez resonó junto a la mía en un emotivo recital que hicimos allí juntos, repitiendo nuestro A galopar, como ya venimos haciendo, igual que dos muchachos ilusionados, por otros lugares de España con una calurosa acogida por parte del público. Durante la primavera actuamos en París y esta vez atravesó los Pirineos con nosotros, acompañándonos- en el escenario, el impetuoso y monumental caballo que esculpía en madera el valenciano José María Gorris. Caballo al que todavía no hemos puesto nombre y que tras su gira artística reposará de su galope en el jardín de nuestra casa, como símbolo de tantas cosas que están vivas todavía. Acostumbramos a cerrar el recital con mi poema Galope, coreados por un público entusiasta en el que todavía está vivo el espíritu combativo de mis versos. Paco Ibáñez me pide siempre que cante con él en este Sinal, y yo me atrevo a hacerlo, y así galopamos todos unidos durante unos minutos sobre ese "caballo cuatralbo, caballo de espumas" que parece no detenerse jamás.
Durante estos días de descanso que me separan de mi nuevo y cercano viaje a Argentina, paso muchos ratos contemplando a mi pobre loro, me emociona y entristece verlo constantemente en su jaula, tan serio, resignado y callado, él que está lleno de gracia y de idioma. Cada vez lo quiero más y lamento esa prisión de hierro que lo somete. Tengo pendiente con Cocorito un tierno poema que nunca le escribo con la esperanza de que lo alivie de su injusta prisión. Muchas veces he pensado algo totalmente infantil y no descabellado, viajar a África, de donde procede, y soltarlo en algún frondoso y escondido bosque. Ignoro si allí habrá también albahaca, si olerá a albahaca. Sería muy bello.
En Argentina, a la que nunca imaginé que volvería después de mi largo exilio, estuve el año pasado dando unos recitales durante los que comprobé, siempre me asombro de estas cosas, el cariño y el intenso re cuerdo de mi estancia allí, muy difícil de reflejar en estas páginas sin que pueda parecer vanidad de un poeta nostálgico. Pero mi visita dejó honda huella en la vida cultural de Buenos Aires, y eso me estimula de nuevo a subir a un avión, como un marinero en el aire, y volver a abrazar a tantos amigos que aún tengo por allí con la huella del tiempo en el alma. Me anima a hacer este nuevo viaje la grabación de un disco, El viento que viene y va, que he realizado con Enrique Llopis, cantante argentino de una sorprendente sensibilidad, que ha puesto una bellísima música a varios poemas de mi libro Baladas y Canciones del Paraná, que yo escribí durante mi vida argentina. ("Hoy el Paraná respira / con aliento de azahares. / Con el azahar me voy. / No me de tengáis"). El inmenso río que da título al libro, sus barrancas verdes, los caballos que parecían bordar el campo, el bañado, las iguanas, la quinta del Mayor Loco, don Amarillo ladrando, los paisajes que me rodeaban... Todo ello, junto a la inmensa añoranza de España que me inundaba, dan vida a unos versos de una asombrosa sencillez que hoy, al escucharlos musicados, parecen adquirir su auténtica significación.
Buenos Aires, Rosario, Córdoba, me esperan nuevamente, esta vez creo que sí será la última, y yo acudo a aquellas tierras como si ellas me aguardaran con la misma fuerza que antes. Mientras espero reencontrarme con aquel olor de azahares, esta noche otoñal gaditana voy a dejar mi ventana abierta, por ver si el aire me trae hasta mí un largo y profundo olor a albahaca. Copyright Rafael Alberti.
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