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El Albacete iguala tres goles del Barça en el camp Nou

Fue tremendo. Nadie se lo creía. Veamos: el campeón recibía al colista; el equipo más goleador (12) se enfrentaba al más goleado (12) y el único que no había marcado todavía en campo contrario; y, por si fuera poco, el resultado del partido en el minuto 12 era de 3-0. El encuentro estaba finiquitado y el Barcelona lo dio ciertamente por acabado. ¡Qué gran error!Los jugadores azulgrana comenzaron a taconear el cuero; los directivos ya pensaban en la trascendencia que tiene que la UEFA haya concedido la organización del partido Leeds-Stuttgart, y la hinchada se preguntaba por cuestiones tales como: ¿Se repetirá el 7-1 del año pasado?, ¿seremos hoy ya líderes de la Liga?, ¿sustituirá Cruyff a Stoichkov?

El Albacete fue jugando solo, a su aire, y así llegó el primer gol. Nadie le dio importancia. Es más, hubo quien se alegró de que el tanto lo marcara Pinilla, un fino delantero cedido por el club azulgrana. Luego vino el segundo. Tampoco causó ningún disgusto serio en la grada. Si acaso, se incrementaron algunos silbidos de desaprobación con el equipo de casa. Pero con lo que no contaba nadie era con que, a falta de tres minutos, llegara el tercero, el empate a tres.

La soberbia perdió a los azulgrana y la fe premió al Albacete. Noble equipo el de Julián Rubio, pues se plegó mansamente a los designios de esa nueva ola futbolística cuya exigencia es que, para el bien del espectáculo, si tú no juegas, debes dejar que juegue el contrario para que así se divierta todo el mundo. Los manchegos nunca tuvieron contrario porque durante el primer cuarto de hora el Barcelona les borró del campo y después -ante la abulia local- jugaron solos.

El Barcelona se encendió y apagó a la velocidad de la luz. Fue como si se tratara de. abrir y cerrar un interruptor. Hubo tres minutos de maravilla futbolística. El colectivo de Cruyff -el mismo que se había alineado en los tres partidos de la Liga anteriores- imprimió tal ritmo al balón que sobre el campo parecían competir un Williams y un Seiscientos. La fantasía de Laudrup y la velocidad de Stoichkov ridiculizaron el manual de la defensa en zona. Los pases interiores del danés rompieron la presión del medio campo, y la rapidez del búlgaro, la defensa en línea.

Fueron tres minutos de fútbol caliente que se apagaron instantáneamente para degenerar en un juego frío. Y el Barcelona no sabe enfriar los partidos. Bakero llamó al orden a todos con reiteración, pero nadie le hizo caso. Intentó juntar las líneas sin éxito. El sabe mejor que nadie que, cuando el Barcelona se para, es tan vulnerable como imbatible resulta cuando corre.

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