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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ciudad sin piedad

SÁO PAULO, una de las mayores concentraciones urbanas del planeta, con'20 millones d e habitantes, tiene muchas de las ventajas y todos los inconvenientes de las ciudades punteras del Tercer Mundo. El gran capital, la industria de vanguardia y pesada, los servicios y las manifestaciones más avanzadas del movimiento político y sindical conviven con las más espantosas bolsas de miseria, con la explotación laboral y con un proletariado que malvive en medio de la criminalidad generalizada.En una situación así, la actitud más cómoda de algunos responsables políticos es la de permitir una especie de libre juego de las fuerzas de tan peculiar mercado. Dicho de otro modo: se admite públicamente la incapacidad de controlar cuanto ocurre en la comunidad. Si, además, la autoridad utiliza procedimientos tan expeditivos como los del crimen que pretende combatir, el resultado será -sin duda- la degradación de la vida urbana. Así ha ocurrido a lo largo del pasado fin de semana en Sao Paulo: un motín en la penitenciaría conocida como Casa de Detención se ha saldado con la muerte de unos 200 internos. Y ello no como resultado de una batalla entre las fuerzas del orden y los reclusos, sino fruto directo de una carnicería perpetrada por la policía. Un escándalo caracterizado por el asesinato deliberado de los presos, a quienes, tras su ametrallamiento, se remataba con tiros de gracia, no sin que antes les hubieran asaltado y medio devorado los perros de presa.

Luiz Antonio Fleury, gobernador de Sao Paulo, no tuvo el menor reparo en declarar que "tendremos una policía del Primer Mundo cuando la sociedad sea del Primer Mundo". Un diagnóstico, como poco, cínico y que oculta la voluntad de no mover un dedo por mejorar las condiciones de vida de la ciudad brasileña. Es decir, no cumplir con la más esencial de las misiones de cualquier Administración pública.

El no hacer público que se había producido el motín o cuál había sido el resultado, y la manera de llevarlo a cabo, demuestra también una burda manipulación electoralista. Se trataba de impedir que resultaran dañadas las expectativas de votos del candidato oficialista en unas elecciones municipales que se celebraban en aquellos momentos. Pero si bien es cierto que Paulo Maluf, el candidato del Partido Democrático Social (PDS), obtuvo el 49% de los votos en detrimento del 30% de Eduardo Suplicy, candidato sindicalista del Partido de los Trabajadores (PT), también lo es que, probablemente, perderá la alcaldía en la segunda vuelta, el próximo 15 de noviembre. En efecto, para entonces todos los partidos de la oposición pueden apoyar a Suplicy y, por tanto, derrotar al candidato oficial, Maluf.

Soplan malos vientos políticos en Brasil. La violencia de la Casa de Detención paulista es, probablemente, un dato más del estado de desmoralización y corruptela políticas que asuelan buena parte de su clase dirigente. La destitución parlamentaria del presidente Collor de Mello puede ser el final de una etapa de degradación generalizada; no se olvide que dicho proceso parlamentario estuvo radicalmente influido por la presión de una gran mayoría de ciudadanos. Un nuevo talante popular que encuentra también su equivalencia en los citados comicios municipales: en las grandes ciudades brasileñas, Río de Janeiro, Sao Paulo y Belo Horizonte, el PT y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) -las dos fuerzas políticas de la izquierda que lideraron la destitución de Collor en el Parlamento de Brasilia- han experimentado grandes avances electorales.

El nuevo presidente, Itamar Franco, pese a su condición de interino, deberá tener muy en cuenta las razones que han motivado su acceso al poder y que pueden resumirse en un hastío popular ante la impotencia y la corrupción.

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