El envite de Roca
EL ENVITE es serio. Por primera vez alguien de su partido echa un pulso en toda regla, todo lo florentino que se quiera, al líder del nacionalismo catalán, Jordi Pujol. Miquel Roca ha renunciado a presentarse como secretario general de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), y al hacerlo ha destapado una tempestad en una formación política hasta ahora sin serias fisuras aparentes. ¿Puede un partido dirigido durante tantos años por el tándem Pujol-Roca pasar a ser sólo el partido de Pujol? ¿Puede imaginarse una dirección de Convèrgencia con un Roca marginal y un Pujol como presidente, estratega, ideólogo y, además, con un secretario general a su medida?No es sólo una cuestión de cargos dentro de la cúpula de Convergència, pero también. Éste es un secreto a voces: Pujol decide por todos en su partido, y sólo la evidencia de que no posee el don de la ubicuidad le ha obligado a ceder a Roca capacidad de dirección en la política española. Antes del anterior congreso de CDC, Roca amenazó también con la renuncia, y logró pasar de secretario general por delegación a secretario general a secas. Pero desde entonces, Pujol asumió aún con más fuerza sus funciones de presidente.
La fórmula no ha satisfecho a Roca: éste pretendía que CDC fuese una sociedad comanditaria, con división de funciones, y que, su política -especialmente la estrategia de pactos en la escena española- fuese poco ambigua para posibilitar un acceso nacionalista al Gobierno. Pujol comparte buena parte de estos razonamientos. Pero la percepción de su propio liderazgo le conduce a relativizar las responsabilidades compartidas, haciéndole aparecer como partidario de CDC como una sociedad unipersonal.
Roca lleva 15 años contemplando la política española desde la atalaya del Congreso, en la que se ha ganado un notorio prestigio. Jordi Pujol lleva 12 años oteando la misma realidad política desde la presidencia de la Generalitat. El diferente observatorio ha acabado por configurar distintas concepciones del paisaje contemplado. Uno ha interiorizado que el nacionalismo catalán puede influir y aportar algo positivo a la gobernación de España. ¿Por qué renunciar a participar en un Gobierno central de eje socialista, vista la distancia que aún separa al PP de la mayoría y su tímido despegue de una herencia centralista? Pujol, en cambio, ha asumido como una situación normal que el disponer en las Cortes de un eficaz mecanismo de presión sobre el Gobierno refuerza la capacidad de negociación de la Generalitat que preside. ¿Por qué va a renunciar a ello? Pujol parece dispuesto a mantener esa situación. Le permite aparecer en Cataluña con la permanente imagen de su defensor frente a la voracidad de Madrid.
Para Roca, esa política es la negación de que existe unavocación española del nacionalismo catalán. Con su envite se juega mucho: él, personalmente, y el futuro de una articulación estable del escenario político catalán y español. Cierto es que tiene sus bazas: un control férreo de la estructura del partido y una confianza de la burguesía catalana superior a la que inspira el propio Pujol a causa de sus veleidades semánticas. Ahora es Pujol quien tiene la pelota en el tejado: le toca recomponer el tablero, abrir juego, recuperar a su pareja política, rediseñar la imagen exterior del nacionalismo catalán. En caso contrario, podrá seguramente imponer su criterio, pero a costa de una grave erosión de su imagen y electorado.
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