Nacionalismos
El sí de Francia ha entusiasmado, entre otros, a los mandarines de las finanzas, a cuantos ejercen el poder, a los burócratas de los entes comunitarios y, principalmente, a los nacionalistas con aspiraciones de autodeterminación. Que la diferencia con el no haya sido exigua, nada importa. Aquí, como en el fútbol, lo importante era ganar, aunque fuera de penalti injusto y en el último minuto.Un nuevo orden europeo y sus correspondientes órganos institucionales germinan, con lo cual los Estados decaen y los nacionalismos emergen. Tiene su lógica: el Estado es una figura política y administrativa que concierta un territorio con sus fronteras, un Ejército para su defensa, una moneda propia, un idioma oficial, un Gobierno centralizado. A veces ni siquiera necesita fundamentarse en la unidad étnica, cultural y lingüística de todos sus ciudadanos, pues hay Estados que ampliaron sus territorios con los del vecino mediante pactos, o, sencillamente, se los anexionaron a cañonazos, y están jurídicamente legitimados.
Los acuerdos de Maastricht modificarán la organización de los Estados sin demasiados problemas -a fin de cuentas, basta sustituir las leyes-, si bien habrán de concebir un modelo de Estado peculiar que concilie la renuncia a sus atribuciones con el mantenimiento de la soberanía. Y no es fácil. En cambio, las señas de identidad de los nacionalismos forjados en las comunidades históricas -territorio, lengua, cultura y tradición- están enraizadas, no hay ley que las derogue, y van a fortalecer su presencia en cuanto se desvirtúe el concepto de Estado.
Entre las personalidades de estas comunidades hay quien ya ha nombrado ministro de Asuntos Exteriores, por si acaso. A éste, el nuevo orden no le va a coger desprevenido; menudo es.
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