Degradante
El jovenzuelo borracho partió la botella de vino contra el bordillo, de la acera y empuñando el vidrio por el gollete se acercó a la vaquilla por detrás y alevosamente se lo clavó en las ubres. Este lance torero sucedió en uno de los miles de encierros con que España se ha divertido este verano. Fue una nueva manifestación de la cultura popular patrocinada por los ayuntamientos. En todos los pueblos de este país se han sacrificado reses en las fiestas de los santos patronos y en las capeas polvorientas, llenas de sangre y moscas, se han sucedido los garrotazos, las sogas, el fuego, los empalamientos, las cuchilladas, las burlas y los gritos sobre unos animales puestos a merced de la turba para que ésta manifieste eso que los chorras llaman los valores de la raza. Cuando llegó la democracia algunos creían que el deporte, la danza, la música serían alentadas desde abajo como una forma de cultura popular, pero fueron los socialistas en los municipios donde mandaban los primeros interesados en resucitar y promover esta basura de las capeas y encierros tomándolos por una revelación del alma colectiva con cargo al presupuesto. Recorrer hoy los pueblos de este país en verano supone adentrarse en la España negra otra vez renovada. Produce una sensación de bajeza moral contemplar el espectáculo de una multitud ebria divirtiéndose con la tortura de un animal que en medio de semejante agitación parece el ser más sensato de todos. Ningún político se atrevería a negar o a coartar esos festejos taurinos con que se ha alimentado las fiestas en los pueblos. Automáticamente perdería los votos. Tal es el nivel de degradación que hemos alcanzado, sólo mejorado por el escalón inferior que bajaremos el próximo verano. Ningún político tiene derecho a pedir ninguna ilusión o espíritu de nobleza a los jóvenes después de haberlos metido hasta el cuello en la ciénaga de un jolgorio donde el alcohol y el placer alrededor de la muerte de los toros, cabras, gallos, gansos, son la baza principal de la cultura.
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