Hambre de balón
UN INGLÉS que entrenó al Athletic de Bilbao en los años treinta acostumbraba a tener toda la semana sin entrenar a los jugadores que habían flojeado el domingo anterior: para que les entrara lo que hoy llamaríamos mono y que entonces se denominaba hambre de cuero. Tras el insólito y emocionante final del último campeonato, prolongado en el éxito de la selección olímpica, los torneos de información y turismo de agosto no han aliviado, sino agravado, el mono que por estas fechas suele afectar a los aficionados al fútbol. El final de temporada resultó insólito porque, contradiciendo la estadística, la virtud se vio recompensada no sólo por el reconocimiento moral, sino por la victoria: la del equipo que había ofrecido el mejor fútbol, el Barcelona de Cruyff, en la Liga y en la Copa de Europa; la del que más tenazmente resistió a rendirse, el Atlético de Madrid, en la Copa del Rey; la del combinado de Vicente Miera, un magnífico entrenador marcado por la mala suerte desde que abandonó el Sporting, en los Juegos de Barcelona, y la del ambicioso Tenerife de Valdano sobre el campeón y subcampeón en dos inolvidables jornadas que demostraron que no siempre la práctica refuta a la teoría.La temporada que se inicia esta noche con un duelo en la cumbre entre los dos únicos equipos que han sido campeones en los últimos ocho años será la primera tras la conversión de los clubes en sociedades anónimas. De momento, el objetivo de moderar la tendencia a la irresponsabilidad de los directivos parece haberse alcanzado: no sólo se han reducido drásticamente los fichajes espectaculares, sino que, caso insólito, se han registrado más bajas que altas en las plantillas de Primera: 90 contra 71.
Con todo habrá que esperar un poco antes de dar por hecho que la obligación de responder ante el consejo de administración es suficiente vacuna contra el despilfarro: la vanidad suele ser proporcional a la tontería, y ésta no tiene límites. Personas con gran talento a juicio de los necios han pasado de presidentes a dueños, y es una incógnita lo que harán con el poder que han comprado. Será curioso, en cualquier caso, comprobar si hay o no diferencias entre el comportamiento de esos presidentes-dueños y los de los equipos cuyo capital está muy repartido, como son los casos del Albacete, Real Sociedad, Tenerife y otros.
Por otra parte, la pretensión de Gil y Gil de hacer pagar un canon a las radios y periódicos que informen de los encuentros en que participe el Atlético de Madrid resulta difícilmente compatible con el derecho a la información. Pero resulta, sobre todo, suicida para una actividad que necesita del eco de los medios tanto como las plantas del oxígeno. Sería una lástima que querellas como la que podría derivar de esa pretensión desviasen la atención de lo fundamental: que el árbitro está a punto de pitar el comienzo de una Liga en la que, por primera vez en muchos años, los entrenadores partidarios de que sus equipos jueguen al fútbol parten con ventaja respecto a los otros. Y desde la fundación del Recreativo de Huelva, por jugar al fútbol se ha entendido siempre en España jugar al ataque; a intentar marcar goles, y no sólo a evitar que los anote el contrario.
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