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Tribuna
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Cotidianidad

Ayer mismo Alfonso Armada informaba desde Sarajevo de una nueva brutalidad cotidiana: una cola de autobús, un artefacto mortífero cayendo del cielo y nueve cuerpos desparramados en la calle. Para los que jamás hemos conocido una guerra cuesta enormemente hacerse a la idea de lo que está ocurriendo en la capital bosnia. Las tremendas imágenes de la biblioteca central en llamas, la desolación de las avenidas, los esqueletos de tantos edificios que impúdicamente muestran sus interiores de desolación y muerte hacen pensar en que allí no hay cotidianidad posible. Y, sin embargo, hay autobuses y gente que espera pacientemente su llegada como en cualquier ciudad libre del horror bélico.El mismo Armada informaba el otro día de una surrealista localidad a 30 kilómetros de Sarajevo donde la gente tomaba cervezas en un bar y hasta jugaba al tenis en una cancha vecina. Las detonaciones se oían en la distancia, pero sin la más mínima capacidad para sembrar la inquietud entre los plácidos veraneantes, en nada distintos a los de aquí.

Acaso la cotidianidad, la tendencia a restablecer siempre el equilibrio aun en las condiciones más adversas, sea uno de los valores más sólidamente humanos de cuantos poseemos. Ni siquiera las guerras, por definición alteradoras de nuestras más íntimas rutinas, pueden con esa profunda inercia. La vida reivindica con inusitada tenacidad sus propios rítmos, incluso cuando el vecino de enfrente, al que antes deseábamos los buenos días, nos apunta ahora desde su ventana con un rifle de precisión. Mi abuela, moviendo pausadamente la cabeza, solía decir que Dios no nos mande todo aquello que somos capaces de soportar.

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