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Todos podemos ser bosnios

El papel desempeñado por el sector de la Iglesia que podíamos denominar fundamentalista -si ello no fuera un anacronismo tratándose de pasadas épocas- en antiguas y aun recientes persecuciones de las minorías étnico-religiosas aclimatadas en el espacio europeo es un hecho tan conocido y probado que me exime de la necesidad de demorarme en él. Las prédicas antijudías de san Vicente Ferrer y los dominicos al pueblo menudo de Castilla y las de los clérigos alentados por el patriarca Ribera dos siglos más tarde fueron el caldo de cultivo en el que se gestaron las medidas adoptadas por los Reyes Católicos y Felipe III para resolver la situación anómala de sus reinos con la expulsión masiva de los judíos reacios a convertirse al cristianismo y de los moriscos bautizados por fuerza. Las formas de convivencia creadas durante siglos de vecindad enriquecedora y fecunda se derrumbaron de súbito por obra de una doctrina belicista, excluyente y purificadora. Acusados a la vez de ser diferentes y de pretender, no obstante, integrarse, los moriscos, como muestra Francisco Márquez Villanueva, se vieron atrapados en una nasa. El destierro colectivo decretado por el Rey, pese a la resistencia de numerosos segmentos y capas de la sociedad hispana, contó con el aval vergonzante del futuro santo de la Iglesia: los moriscos arrojados de España, dijo Ribera, se disolverían como la sal en el agua".Estas decisiones salutíferas, pintadas por sus artífices como el justo castigo a un crimen inexpiable -el deicidio atribuido al pueblo judío- o el desagravio de una vieja e incurable afrenta -la caída del reino visigodo y llegada de los musulmanes a la Península-, expresan la voluntad de rehacer la historia -varios siglos de historia- en nombre de unos valores fantásticos -"la noble y limpia sangre de los godos"- y un pasado reinventado y mítico. No es casual así que dicho fenómeno se reproduzca en los países que fueron las marcas de Europa con el islam otomano y los pueblos oriundos de Asia central; nada recuerda más a la aguerrida y marcial Iglesia española perpetuada hasta la cruzada de Franco que la de los patriarcas y monjes griegos, serbios y rusos. Nuestros paisanos transformaron a Santiago -un humilde pescador de Judá- en un personaje ecuestre- y guerrero -un matamoros de oficio-, e idéntica militarización del santoral cristiano se reproduce en las Iglesias ortodoxas de Oriente enfrentadas a los tártaros y turcos. Los valores primitivos del evangelio dieron paso a una mezcla de odio, temor y desprecio que, en palabras de Blanco White, transmutó la diferencia de credos en una fuente imaginaria de polución e hizo de la ortodoxia el fundamento de una presunta superioridad de naturaleza sobre el adversario vencido. Los prejuicios tienen la vida muy larga y subsisten aún, como sabemos, cuando las causas que los originaron desaparecen: el subconsciente hispano, como el serbio, griego, búlgaro o ruso, no se ha desembarazado todavía del fantasma tenaz del islam.

Muchas veces, desde la llegada al poder de Slobodan Milosevic en Serbia -cuando trocó hábilmente su viejo uniforme de aparátchik e ideología comunista en quiebra por el nuevo uniforme acerbo de un nacionalismo expansionista, discriminatorio y mesiánico-, he trazado mentalmente un paralelo entre su discurso y el de nuestros antiguos frailes, obispos y santos embebidos de odio antijudío y furia antiislámica. En ambos casos asistimos a la invocación de unas esencias milenarias amenazadas por una nebulosa conjura y la presencia interior de una quinta columna al servicio del enemigo exterior.

Un núcleo de intelectuales de la Academia de Ciencias de Belgrado, autoerigido en portavoz de las esencias más puras de la nación, elaboraron en el postitismo la doctrina expansionista de la Gran Serbia, destinada a asegurar su predominio, en caso de desintegración de la federación yugoslava, sobre los demás miembros de ésta; dicha doctrina preveía asimismo la eliminación del caballo de Troya bosnio-albanés en el interior del nuevo espacio vital. Como vio muy bien William Pfaff en un reciente artículo (Europa frente al reto de Serbia -EL PAÍS, 10 de agosto de 1992-), la "agresión visionaria" de dichos enderezadores de entuertos históricos arraiga "en la memoria y resentimiento atormentados del pueblo serbio desde que fuera derrotado por los turcos en la batalla de Campo Kosovo en el año l389".

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A la realidad de un país vencido y sujeto, a menudo con provecho, al poder otomano, algunos profesores del fuste de los poetas y cronistas medievales incluidos en la Floresta de leyendas heroicas españolas de Meriéndez Pidal, opusieron la historia convenientemente amañada del sacrificio y muerte del príncipe serbio Lazar -algo así como la de un Rodrigo épico, no obstante el desastre de Guadalete-, esgrimiéndola como emblema y símbolo nacional. Poco importa que después de su derrota los serbios colaboraran con los otomanos enfrentados a las huestes de Tamerlán ni que el territorio sagrado de Kosovo, "cuna de la nación serbia", fuera abandonado voluntariamente por su población a finales del siglo XVII para instalarse en la fértil planicie de Belgrado, facilitando de este modo su repoblación por los ,albaneses: los historiadores míticos no se detienen en semejantes pelillos.

Los ensueños y ambiciones imperialistas de estos eruditos sedentarios -empleo la fórmula acuñada por Américo Castro- encontraron en Milosevic y Dobrica Kosic los instrumentos idóneos para la realización de sus planes. Demoler las ciudades y pueblos musulmanes de Bosnia, purgarlos de esos compatriotas eslavos que traicionaron hace siglos su fe para abrazar la del enemigo -formando así una quinta columna similar a la de los moriscos-, equivalía a lavar el agravio de Maritza y Campo Kosovo, salvar de una vez para siempre la Europa cristiana de una fantasmagórica amenaza turca.

Los procedimientos empleados para esta purificación religiosa (tocante a los bosnios) y étnico-religiosa (respecto a los albaneses) difieren, con todo, de los utilizados hace siglos en nuestra Península. Si cabe Imaginar una expulsión masiva -a costa, claro está, de una guerra exterminadora- del 90% de los habitantes de Kosovo a la vecina Albania, los bosnios, privados por la naturaleza de una salida al mar, no pueden ser embarcados en naves de desguace a ningún país, esperando que se disuelvan como la sal en el agua: forman parte de ese archipiélago musulmán diseminado en los Balcanes sin una madre patria común. Como los albaneses y otros grupos minoritarios, no son étnica-

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mente turcos. El modelo seguido debía, pues, venir de otro ladó.

El planteamiento y resolución del problema indio por los descendientes de los peregrinos del Maiflower -conquista, colonización, apartheid y hacinamiento final en reservas- fueron adoptados con éxito, como señaló Rafael Sánchez Ferlosio en un sugestivo y esclarecedor artículo, por los terroristas de Irgún y Stern para colonizar y expulsar de sus tierras a los palestinos, y, añado yo, por el coronel Grivas y grupos. paramilitares de la EOKA contra los turco-chipriotas hasta la intervención militar de Ankara y derrumbe de su sueño homogeneizador. Hoy, dicho método tiende a generalizarse en los Balcanes. El papel de cruzados de la cristiandad de los enarcas de la Iglesia e intelectuales al servicio -de la Gran Serbia procura también una legitimidad religiosa e histórica al desarraigo brutal de poblaciones extrañas, actualmente en Bosnia y pronto tal vez en Kosovo, en nombre de un revanchismo alimentado de delirios de grandeza y providenciales designios.

Este breve repaso histórico resulta indispensable para entender la situación actual de los pueblos de la ex Yugoslavia. El enfrentamiento entre los otomanos y el Imperio Austrohúngaro dividió en dos a sus habitantes: los croatas y eslovenos, católicos, dependían de Viena; los serbios y eslavos islamizados de la actual BosniaHerzegovina, de Constantinopla. Cuando los serbios reconquistaron su independencia, sus relaciones con los croatas fueron durante el siglo XIX, como subraya el historiador yugoslavo Djuric, de buena vecindad. Sólo la fusión de los dos pueblos en un Estado común en 1918, con un absoluto predominio serbio, sentó las bases de la futura discordia. Los croatas, oprimidos, crearon la organización nacionalista Ustachi, copiada del fascio de Mussolini, y aprovecharon el ataque hitleriano a Belgrado del 6 de abril de 1941 para tomar el poder en Zagreb, proclamar la independencia de su Estado e iniciar una sangrienta purificación étnica contra serbios y judíos. Más de medio millón de personas fueron así exterminadas conforme al modelo nazi. La guerra entre el fascista croata Ante Palevic y el ultranacionalista serbio Mijaflovic dejó heridas difíciles de cicatrizar.

El mayor mérito de la dictadura comunista de Tito fue, sin duda, el establecimiento del equilibrio entre las diferentes comunidades y etnias de una federación que gobernó durante 35 años con mano de hierro. La minoría magiar de Voivodina y los albaneses de Kosovo vieron reconocida su autonomía político-cultural respecto a Serbia. En Bosnia-Herzegovina, musulmanes, serbios y croatas fraguaron un modus vivendi pacífico y fructuoso. La literatura y el cine surgidos en Sarajevo son el mejor testimonio de la fecundidad de esta osmosis abolida a fuego y a sangre.

Leer, como leemos, que la responsabilidad de los acontecimientos es múltiple, Yugoslavia un avispero y la situación inextricable avala con una especie de fatalismo la resignación a las matanzas, limpiezas étnicas y campos de muerte, pone en un mismo saco a agresores y agredidos, a víctimas y verdugos. No voy a analizar aquí las contradicciones e incoherencias de la política europea: su inhibición en el -desmembramiento de la ex federación yugoslava y precipitación en el reconocimiento de la independencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina sin haber asegurado antes con medidas efectivas la intangibilidad de sus fronteras. El mal está hecho, la guerra serbio-croata lía causado decenas de miles de bajas, y hoy, los musulmanes de Bosnia, "sin duda el pueblo más pacífico de los Balcanes" -en palabras del corresponsal de EL PAS Hermann Tertsch, excelente conocedor del tema-son expulsados de sus casas, despojados de su patrimonio, asesinados fríamente en siniestros campos de concentración, como los de Omarska y Ternopolje, a causa de una política de segregación y terror, planificada desde hace años por Milosevic y los responsables de la actual dirección serbia.

El proyecto bosnio de una república garante de la igualdad de sus ciudadanos independientemente de su etnia -fundado en los valores de la tradición republicana y laica de la Revolución Francesa- choca desdichadamente con las ambiciones convergentes y opuestas de Belgrado y Zagreb, de Milosevic y Tudjman. Los dos adversarios discuten ya abiertamente la creación de cantones étnicos: un eufemismo des tinado a disimular el futuro reparto entre ambos de un Estado independiente, reconocido por la comunidad internacional. Con el mayor cinismo, Radovan Karadzic, el líder de las brutales milicias serbias en Bosnia, y Mate Boban, dirigente fascista de la minoría croata en esta república, han acordado presentar un programa común de división cantonal en la conferencia que comienza mañana en Londres.

Con la excusa de salvar la paz, ¿asentirá la Europa de los Doce a un acuerdo criminal de dos Estados para repartirse'un tercero? De ser así, la comunidad musulmana, aunque mayoritaria en Bosnia, tras sufrir el genocidio y arrasamiento de sus ciudades y pueblos, se -vería apriscada en reservas sin viabilidad alguna: "El pachalik (bajalato) de Zenica y una parte del de Sarajevo",. según revela la voz autorizada del coronel Bogdan Subotic, comandante en jefe de las fuerzas serbias en Bosnia, utilizando muy significativamente el término administrativo en vigor en tiempo de los otómanos para subrayar la índole histórica de este triunfal desquite. Las zonas de limpieza, ajunque habitadas desde hace siglos por musulmanes, "son profundamente serbias", repiten los artífices de la depuración. Los bosnios, como nuestros judíos y moriscos, descubren hoy con dolor e impotencia que su mundo se ha desplomado. La sociedad plural de tres castas, que prolongó en los Balcanes el milagro de España, está siendo hecha añicos por los émulos de Isabel, Cisneros, Felipe III y el arzobispo Ribera.

¿Puede la Europa que aspira al horizonte de Maastricht contentarse con ayudas humanitarias y gesticulaciones diplomáticas, cruzarse de brazos ante semejante tragedia? ¿Cómo explicar esta impotencia tras su alineamiento de recluta a la petrocruzada liberadora de Kuwait? ¿Pertenecen los bosnios, bien europeos, a la lista de pueblos que se pueden aniquilar impunemente, como a los libaneses, kurdos y palestinos? Después de la experiencia crucial del nazismo, ¿no incurren los Doce en un delito de no asistencia a una nación amenazada de dispersión y exterminio?

Cuando Jacques Delors se pregunta cómo "conjurar la epidemia de locura del ultranacionalismo, la busca escandalosa de una pureza étnica" y expresa su temor de que dicha epidemia prueda "extenderse al resto del continente" sus palabras no son, en modo alguno, alarmistas: reflejan una realidad. Las guerras civiles han dejado de ser una especialidad del mundo subdesarrollado para arraigar otra vez en Europa.

No me refiero sólo a la previsible extensión de la purga y conflicto bélico a Kosovo y Macedonia, cuyo no reconocimiento exterior, aplazado por el inadmisible veto griego a su nombre (¡otra vez la invocación a las milenarias esencias!), no hace sino agravar las cosas. Pienso en los repliegues identitarios y nacionalismos agresívos que socavan por doquier el concepto de ciudadanía inherente a la democracia, en la propagación de un racismo y xenofobia que infectan a todas las sociedades desde los Urales hasta Gibraltar.

¿Serán las comunidades musulmana y gitana de la casa común europea las próximas víctimas propiciatorías? La multiplicación de atentados, agresiones e incendio de viviendas de los que son diariamente víctimas me hace temer que sí. A las fuerzas irracionales que difunden el fanatismo y la intolerancia debemos oponer, la conciencia y lucidez forjados por las amargas lecciones de la historia. Todos somos potencialmente bosnios.

Juan Goytisolo es escritor.

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