Ruidos
Los países meridionales son más ruidosos que los septentrionales por pura lógica: donde hace frío, la gente se resguarda bajo techado a la chita callando; en cambio, donde hace calor sale a los espacios abiertos y allí nada importa gritar porque las palabras se las lleva el viento. También gritan más los países de tradición agrícola -es el caso de España- que los industriales. Éstos desarrollan sin sobresaltos la jornada laboral, mientras en aquéllos está sujeta a vicisitudes, que el hombre y la burra resuelven poniéndose de acuerdo mediante gritos y rebuznos.La necesidad de gritar, que los españoles nos transmitimos por herencía biológica, subsiste tras la transformación de aquella sociedad rústica en urbana. Sustituido el apacible pegujal por la Gran Vía en hora punta, las cuitas de la sementera por el proceloso futuro del Real Madrid, el gorjear de los pajarillos por los aullidos de discoteca, nuestra inventiva ha creado una cultura del ruido. Cuando un español pone el tocadiscos han de oírlo en toda la barriada. Pero los vecinos sólo quieren oír su propio tocadiscos y acrecen el volumen cuanto sea menester. Entonces el otro español hace lo mismo. Y así España entera se va animando a medida que avanza el día, hasta convertirse en una descomunal escandalera.
Algunos se quejan de esto, escriben cartas a los periódicos, ponen denuncias, maquinan asesinatos, y son esfuerzos inútiles. Con la genética no hay quien pueda. Los españoles tenemos alborotones los genes, coffio otros los tienen berrendos. Bueno, hay quienes tienen genes alborotonés y genes berrendos a la vez. La estridencia de su tocadiscos les delata, y los llaman cabestros. No con ánimo de ofender, por supuesto. Es su nombre científico (capistrum capronum castratus cornutus), y de eso nadie tiene la culpa. Ya se sabe: al pan, pan, y al vino, vino.
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