Fiesta Barroca
Tras la lectura de la reseña publicada el 8 de julio de 1992 sobre la Fiesta Barroca que se representa en la plaza Mayor de Madrid, y a cuya representación asistí, me permito dirigirle estas líneas.Opina su crítico don Eduardo Haro Tecglen que en el espectáculo, aun siendo magnífico, "lo que sobra es el propio auto sacramental de Calderón ( ... ) porque en él se quiebra el ritmo (...), que es muy brillante".
Pues bien, siendo una de las características del barroco la acumulación, la multiplicidad y el exceso, en el teatro ello se traduce en la utilización de todos los efectos disponibles para provocar impacto en el espectador. Por ello, no cabe entender este montaje sin la presencia del auto sacramental, pues sin él carecerían de sentido los restantes elementos: las piezas menores que lo preceden y cierran y el vestuario, música, danzas y luces puestos a su servicio.
Aunque el señor Haro Tecglen opine que el teatro barroco no es sino un conjunto de "versos difíciles" y "conceptos inasibles y simplones" y proponga quedarse en el presente caso con los "maravillosos trajes", la "bella música" y los "espléndidos bailes", ello supondría traicionar el espíritu barroco, vaciar el espectáculo de contenido y convertirlo en un grandioso y decorativo baile de carnaval.
Es justamente lo contrario. El teatro barroco es la suma de todos esos elementos, que se yuxtaponen en un conjunto insuperable: música, danza, disfraz, gesto, prodigio, verso, sorpresa... Es en ese exceso y en el juego de contrarios: penitencia / placer, cilicio / lujuria, etcétera, donde residen su atractivo y su mensaje sobre la España del siglo XVI.
Ciertamente, Calderón está transmitiendo un mensaje propagandístico, pero ello no debe llevamos a rechazar su obra, en absoluto. En definitiva, es el mismo mensaje de las Postrimerías de Valdés Leal que no hace mucho veíamos en el Museo del Prado y del inquietante universo de santos torturados y visionarios de Ribera que podemos admirar actualmente en dicho museo.-
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