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A la caza de los 'votantes' de Perot

Clinton y Bush se disputan el apoyo de los partidarios del frustrado candidato

La campaña presidencial norteamericana se centra en estos momentos en la caza y captura del legado electoral de Ross Perot. Tanto el candidato republicano, el presidente George Bush, como el demócrata, Bill Clinton, intentan atraerse para sí los millones de votos de los seguidores que se unieron a la campaña del multimillonario tejano atraidos por el cambio que suponía su mensaje de castigo a la política tradicional. Bush y Clinton se han autodeclarado sucesores de los ideales de Perot en unos momentos en que el descontento afecta al 71% del electorado.

Las migajas que quedan tras la renuncia de Perot son de oro. Los millones de votos que representan sus partidarios son un botín lo suficientemente atractivo como para que el partido republicano y el demócrata los consideren como una pieza clave para alcanzar la presidencia de Estados Unidos.Mientras se convierten en las piezas más codiciadas de la campaña, las huestes de Ross Perot andan despistadas tras la desaparición de su líder el pasado jueves y, en estos momentos, parece improbable que vayan a tomar una postura electoral en bloque.

A pesar de los intentos de Bush y Clinton de autonombrarse los sucesores del mensaje de cambio de Perot y alterar sus planes de viajes de campaña para llegar hasta los partidarios del tejano, los millones de personas que estamparon su firma a favor del acaudalado empresario tienen en común un firme rechazo hacia los candidatos de los partidos tradicionales.

Con este paisaje, los analistas no se ponen de acuerdo sobre si la salida de Perot perjudica más a Clinton de lo que favorece a Bush o viceversa. Mientras tanto, los voluntarios de Perot, tras desestimar la creación de un tercer partido, tratan de crear un grupo de influencia que actúe bajo el nombre de los luchadores de la libertad.

Sin embargo, el futuro de los seguidores del hombre que convirtió la campaña electoral norteamericana en una lucha a tres bandas, se enfrenta no sólo al problema de haber perdido a su líder sino al desmantelamiento de las oficinas de campana que estaban siendo pagadas con el dinero de Perot.

Decisión inapelable

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La decisión del multimillonario parece inapelable a pesar de los lloros y súplicas de sus partidarios para que vuelva a la carrera electoral de la que decidió desmarcarse cuando las acusaciones políticas hacia su tenebrosa personalidad y hacia sus dudosas maneras de actuar, hicieron bajar su popularidad en las encuestas.Perot, el empresario que aseguraba que todo era posible si llegaba a la Casa Blanca, no pudo sobrellevar los agresivos envites de la política norteamericana a la que llegó sin la experiencia de haber ocupado cargo público alguno.

La renuncia del hombre hecho a sí mismo, prototipo para muchos del sueño americano y billonario, junto a la subida espectacular de Bill Clinton tras la reciente convención demócrata de Nueva York, han sorprendido al presidente George Bush en uno de los momentos más bajos de su popularidad.

Varios representantes de la Casa Blanca están empezando a hablar de la posibilidad de que el secretario de Estado, James Baker, actualmente en medio de su enésima gira por Oriente Próximo, se incorpore a la campaña electoral de su amigo Bush para tratar de ayudarle a superar el bache en el que le sitúan las encuestas. La última, publicada ayer por el diario USA Today y la cadena de televisión CNN, le otorgaba el 28% de las intenciones de voto, exactamente la mitad que a Clinton, el 56%.

Incluso en estos momentos se baraja la hipótesis de que Baker, el gran amigo del presidente de Estados Unidos, sustituya a Dan Quayle como candidato a vicepresidente por el partido republicano. La incorporación del secretario de Estado, no es un supuesto descabellado, si se tiene en cuenta que ya tuvo un papel de vital importancia en la campaña que llevó, a Bush a la presidencia hace cuatro años.

Ahora que la campaña vuelve a ser a dos bandas, si hay algo en lo que coinciden democrátas y republicanos es en que los cuatro meses que quedan hasta la votación estarán caracterizados por los enfrentamientos políticos más sucios de los últimos años.

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