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"Esta ciudad es un buen sitio para envejecer"

Ella, Judy, nació en Washington. Protestó con ganas ante el Capitolio contra la guerra de Vietnam y para descansar se vino a España. Él, Jack, nació en Nuevo México, y el destino de su padre, militar de profesión, le trajo a Europa. Se conocieron en Benidorm, se transformaron en Cañones y Mantequilla y recalaron en Madrid. De eso hace ya 21 años. Son el dúo de música country de la capital. Aquí empezaron tocando por propinas y aquí han cumplido los 47 (ella, Judy) y los 48 (él, Jack). Ahora la necesidad les lleva a alternar los escenarios. En Madrid, los tiempos no son muy propicios. Pero es aquí donde a ellos, Judy y Jack, les gustaría envejecer.

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Como llegados de otra galaxia

Cañones y Mantequilla. La pareja encarna perfectamente el contraste de los sustantivos: Judy Clericuzio chisporrotea y Jack Jamison rezuma tranquilidad.Vinieron a Madrid para darse a conocer. Llegaron de un país donde todo es grande y nuevo, donde las calles, como dice Judy, "no estaban pensadas para defenderse con espada".

El contraste les gustó. Todo "bajito y antiguo". La ciudad, recuerda ella, era entonces, más limpia. Había menos coches, menos perros, más árboles... y más ametralladoras.

Se estrenaron en el barrio de Salamanca. "Trabajábamos en los locales de la calle de Claudio Coello, como el Whisky Gin o La Candelaria".

En aquellos primeros años conocieron los rigores policiales -sobre todo "cuando Carrero Blanco se fue volando", dice Judy- y cumplieron con el Ministerio de Información y Turismo, al que llevaban las letras para la censura, "algo absurdo, porque nadie entendía inglés".

Viven en un piso un tanto deslavazado, de techos altos, en un viejo inmueble de Noviciado, donde las escaleras huelen a puchero. De la puerta del salón cuelga una chilaba de terciopelo. "Nos vamos a actuar en un crucero por Alemania. Ésta es la ropa de la cena", explica Judy. "Somos como las putas. Decimos que sí a todo". De ahí la abigarrada gira' de estos dos meses: Leganés-Alemania-Madrid-Lyón-Tabernes de Valldigna. Las oportunidades, dicen, han menguado. "Con los pesoes estábamos mejor", asegura Judy. "El rock and roll no les parece cultura a estos de ahora". "Locales en condiciones para tocar sólo hay cinco, y cuando acabas la gira, se terminó todo", apunta Jack.

Tiempos difíciles

Después de 21 años, pertenecen al foro. Jack corre en el parque del Oeste y Judy compra desde el primer día en el mercado de los Mostenses. Juegan al billar en el Mono Sabio, toman copas en el Komité o en Las Cuatro Rosas y comen a menudo en el Altamar: 600 pesetas por un buen menú.No conducen: utilizan los pies o el metro. "No hay buen transporte público en las afueras y el metro cierra pronto. Por cierto, si bajan un poco más el techo de la estación de Bilbao, Jack no puede entrar". "Lo que' más me revienta son los coches", comenta él. "Son la ruina de esta ciudad. Los viejos no pueden andar por las aceras". Jack solía dejar notas de advertencia en los parabrisas de los coches. Lo dejó de hacer cuando supo que la lechera se chivaba a los conductores.

Se lamentan de la polución, del recalentamiento (añoran "el azul intenso de Madrid y el fresquito de la noche"). Se lamentan de la degradación de la plaza del Dos de Mayo ("de los niños se ha pasado a los yonquis y a las pistolas"). Se lamentan de la pérdida de identidad de la ciudad (de los centros como Parquesur o La Vaguada, que tanto les recuerdan a Estados Unidos). Se lamentan... "Bla, bla, bla. Siempre protestamos de la vida aquí, pero cada vez que salimos de España queremos volver".

De hecho, Madrid les parece buen sitio para hacerse viejos. "En Estados Unidos los ancianos se meten en residencias. Sin embargo, aquí ves en los bares a las abuelas con los niños. La gente mayor se mantiene más joven. Aunque eso también está cambiando".

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