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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dudas en Praga

LOS RESULTADOS de las elecciones celebradas en Checoslovaquia -las segundas desde el fin del sistema comunista- dejan sin resolver cuestiones fundamentales sobre el futuro del país. El rasgo más destacado -y preocupante- es que la disparidad entre checos y eslovacos se ha agrandado: entre los primeros ha triunfado el partido derechista de Václav Klaus, actual ministro de Finanzas, artífice de la terapia de choque para imponer la economía de mercado; en Eslovaquia se coloca en primer lugar, con una gran ventaja sobre los otros partidos, el que encabeza Vladimir Meciar, abanderado de un nacionalismo que se ha ido radicalizando a medida que crecía su audiencia en los mítines. Teniendo en cuenta que más de cuarenta partidos competían en la campaña electoral, es positivo que no se produjera una dispersión de tipo polaco, lo que hubiese acrecentado las dificultades para un acuerdo. Hoy dos partidos dominan claramente, cada uno en su república. El problema es saber si entre ellos cabe un compromiso.El nacionalismo eslovaco tiene dos raíces: por un lado, el resentimiento de sentirse menospreciado por Praga, más el anhelo de un reconocimiento internacional propio. Y por otra parte, la inferioridad económica. Eslovaquia, agrícola y con una industria pesada, en gran parte de armamentos, encaja mucho peor la actual evolución hacia un mercado libre: sufre un paro tres veces superior al del resto del país. De ahí la tendencia a achacar al Gobierno central sus dificultades. Muchos checos, convencidos de que Eslovaquia es un peso muerto para su desarrollo, aceptan de buen grado la amenaza de escisión.

Los obstáculos para el compromiso son enormes: Klaus ha dicho que no aceptará pasar de una federación razonable a una vaga confederación entre las dos repúblicas. Meciar, soslayando el término independencia, preconiza la soberanía, con una Constitución y un presidente eslovacos y unas relaciones poco definidas con Praga. Incluso si, tras las elecciones, se manifestase la voluntad de acuerdo, deberán ser tratados dos temas básicos: el institucional (sobre. el carácter de las relaciones entre las dos repúblicas) y el referente a la política económica. Hay un gran abismo entre el capitalismo duro de Klaus y la evolución suave que propugna Meciar para evitar el hundimiento de una industria de armamentos obsoleta.

En todo caso, y por fuerte que sea la corriente hacia una separación de las dos repúblicas, no estamos ni ante el caos soviético ni ante la demencia yugoslava. En Checoslovaquia, el arte y la tradición negociadora están muy arraigados. Todo indica, pues, que incluso en el caso de una separación ésta se efectuaría sin violencia, como lo ha recomendado de manera insistente el presidente, Václav Havel. Si bien sería muy negativo que se extendiera al centro de Europa la tendencia a la disgregación estatal bajo la presión de los nacionalismos, las consecuencias para la vida interna cional no serían catastróficas. Probablemente, la principal víctima sería Eslovaquia, que difícilmente escaparía sola a una regresión económica y podría in cluso recaer en el autoritarismo.

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En términos, más inmediatos, las elecciones dejan abierta la duda sobre si Havel volverá a ser elegido presidente por el nuevo Parlamento a principios del mes próximo. Su esfuerzo por mantenerse por encima de la batalla no fue plenamente afortunado. Meciar dijo a propósito de su último mensaje: "Prácticamente se ha negado a colaborar con nosotros, y tomamos nota de ello". En todo caso, lo más probable es que la elección de Havel esté ligada a la perspectiva de que Checoslovaquia permanezca unida.

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