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La izquierda y los nacionalismos

La izquierda catalana ha vuelte a equivocarse en sus planteamientos. Un mensaje carente de contenido, confuso, sin fuerza ni convicción, recitado en voz baja, balbuceante y a la defensiva parecía sólo querer expresar un mayor nacionalismo que el de los propios nacionalistas, con el triste resultado electoral por todos conocido.El nacionalismo siempre fue una ideología de derechas. Ya en la guerra de sucesión española defendía una Europa de corte medieval frente a la Europa del progreso, hija de la Ilustración, que haría posible la Revolución Francesa y el mundo moderno. Mediado el siglo XIX, el carlismo catalán y vasco, a través del foralismo, origen de los planteamientos del nacionalismo moderno, seguía defendiendo esa Europa medievalista, oscurantista y clerical. La insolidaridad subyace en el fondo de su ideología.

Fue a finales del siglo pasado en el caso catalán y después de la primera guerra europea en el vasco, fechas que coinciden con un gran auge económico en ambos pueblos, cuando el nacionalismo renace con gran fuerza. Fuerza propiciada por una burguesía industrial, que no admite trabas a un desarrollo incipiente frenado por el resto del país agrícola y retrasado.

La oposición y sacrificio de estos nacionalismos al nacionalfascismo españolista preconizado por el general Franco -pese a estar influido el catalán por el ultramontano nacionalismo galo de Charles Maurras- han sido su salvación. Gracias a ello, al no estar manchados por 40 años de dictadura fascista, como el resto de la derecha española, y detentar un pasado limpio y democrático, accedieron al poder en Cataluña y el País Vasco. Luego, los fuertes vientos de derechas que siguen soplando en el mundo desde la era Reagan-Thatcher, unidos a la desintegración nacionalista de los países del Este, hicieron el resto.

La caída de las dictaduras del Este ha propiciado la progresiva balcanización de estos Estados, dirigida por un nacionalismo populista, si no fascista, hasta llegar a extremos casi tribales, cosa inaudita en una Europa que pugna por su unificación en los albores del siglo XXI.

Una posible solución a fin de que no desaparecieran estos países del Este, con el consiguiente desequilibrio europeo -creados unos a finales del siglo XIX con los despojos del Imperio Otomano, otros en la Paz de Versalles, finalizada la primera guerra europea, con la desintegración del Imperio Austrohúngaro-, sería la restauración de monarquías federales. Éstas no pertenecen a ninguna etnia ni partido político en disputa, y garantizan la estabilidad y permanencia de la nación.

En la Europa occidental los focos nacionalistas no lo tienen fácil. En el Reino Unido el nacionalismo escocés, pese a todos los pronósticos, ha demostrado ser irrelevante, y el galés, inexistente. En Bélgica, gracias a la corona el país subsiste. En Italia, que atraviesa un gran vacío de poder político después de las elecciones, pese al avance de la nacionalista populista Liga Lombarda, la sangre no llegará al río y todo permanecerá como está. En Francia el peligro se llama Le Pen. Los nacionalismos sólo sirven para que ciertos sectores apoyen a ETA en el País Vasco francés o para que Esquerra Republicana de Catalunya haga el ridículo en la Catalunya Nord.

En España, ubicada en la Europa occidental e integrada en ella desde hace algún tiempo, después de más de 15 años de democracia los separatismos -pese al auge que tuvieron en las últimas elecciones, catalanas- son sólo una pequeña minoría que se debe respetar, aunque tengan poca incidencia en el país.

El gran reto futuro ole la corona española es la de ser el vínculo y el poder moderador entre los diferentes pueblos que conforman España.

La izquierda siempre fue internacionalista y solidaria, desde su himno, sus símbolos y consignas y su manera de concebir el mundo, hasta el punto que podríamos decir: "La izquierda será internacionalista o no será". Desde sus orígenes en el socialismo utópico de Lasalle, y el pensamiento de Marx y Engels, los inicios de la revolución rusa con Lenin y Trotski, y en España, desde Pablo Iglesias, Francisco Giner de los Ríos hasta Largo Caballero, fueron todos internacionalistas. Nuestra propia guerra civil ¿qué fue si no? La lucha entre el internacionalismo proletario representado por las Brigadas Internacionales contra los que se autollamaban nacionales.

El comunismo fue un movimiento internacionalista por su propia idiosincrasia. Y al dejar de serlo -luego de las derrotas de los espartaquistas en Alemania, y de Bela Kuri en Flungría, el advenimiento de Stalin y su última gran débácle internacionalista en la guerra civil española-, con el pacto germano-soviético renace el imperialismo ruso y el comunismo firma su sentencia de muerte.

Se da por hecho un pacto, evidentemente contra natura por todas las razones antes dichas, entre el socialismo y los partidos nacionalistas catalán y vasco en las próximas elecciones legislativas. Pacto que sería posible siempre que los socialistas no alcancen la mayoría absoluta, cosa probable, después de detentar tantos años el poder, la crisis económica europea, los escándalos financieros y una política neoliberal en lo económico que acarrea duros enfrentamientos con los sindicatos.

El primer acto de este posible pacto parece que ya se realizó con motivo de las elecciones catalanas, pues si no no se en tiende cómo Felipe González, en vez de ir a Barcelona a animar a sus electores y cerrar campaña, viniese para hablar con el honorable Pujol. Tampoco se entiende por qué no vino nadie del PSOE para apoyar a los candidatos del PSC y a animar a los electores socialistas del llamado cinturón rojo a votar en las elecciones catalanas. Aunque bien pudiera ser un error del PSC, que con esta actitud marcaba sus distancias del PSOE para afianzar su nacionalismo. La gran abstención en el área metropolitana de Barcelona ha sido la factura a pagar por los errores de planteamiento del PSC.

La izquierda debió ir unida a estas elecciones, olvidando rencillas y nacionalismos. El ejemplo está en el Ayuntamiento de Barcelona, donde gracias al pacto entre el PSC e IC existe un Gobierno municipal estable, siendo el único gran municipio donde gobiernan las izquierdas en Europa.

España no es el este de Europa, como tampoco el típico país de la Europa occidental donde la democracia está asentada desde siempre. Nuestro país recuerda, y existe una generación que tiene muy presente los 40 años de dictadura franquista. La izquierda tiene aún mucho que hacer y decir hasta situar a España a nivel europeo. Para ello es imprescindible la unión de la izquierda ante un proyecto común apoyada por los sindicatos.

El PCE y Julio Anguita, si no realizan una metamorfosis como las ranas, debido al curso de la historia, tienen sus días contados. La incipiente crisis con peligro de descomposición en IU no ha hecho más que empezar. Es ahora el gran momento del socialismo español para recuperar sus orígenes y dar el primer paso de acercamiento a Izquierda Unida, con el fin de formar un frente común con sus compañeros naturales en vista a las próximas elecciones legislativas.

es conde de Sert.

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