La ONU, sin dinero para los 'cascos azules'
La necesidad de fuerzas de paz se multiplica, pero los países no pagan sus cuotas
En la planta 37ª de la gran torre de las Naciones Unidas, una por debajo de las oficinas del secretario general, un grupo de funcionarios internacionales se afanan estos días en una misión casi imposible: reunir un presupuesto de 3.000 millones de dólares (315.000 millones de pesetas) para pagar a las decenas de miles de cascos azules que la ONU tiene actualmente repartidos por 14 áreas conflictivas del mundo. Pese a las promesas de las grandes potencias, el déficit de la organización es de tal calibre que algunas de estas operaciones de paz están en peligro.
Resulta paradójico que la ONU se encuentre en bancarrota precisamente en el momento en el que un mundo en transformación recurre cada día más a esa organización como el mejor vehículo para detener los conflictos. En el último año la ONU ha multiplicado casi por 10 su presupuesto para las fuerzas de paz, pero sus mayores contribuyentes se muestran remisos a la hora de cumplir con sus obligaciones. Se ha borrado ya el eco de los solemnes discursos pronunciados durante la cumbre del Consejo de Seguridad, en enero pasado. Hasta el momento, sólo se ha cubierto el 37% del presupuesto de paz, lo que quiere decir que dos terceras partes de los países no han pagado todavía o han pagado menos de lo que les corresponde.
Desde la cumbre del Consejo de Seguridad hasta ahora, las Naciones Unidas han aprobado una misión de paz en Camboya que cuesta 1.900 millones de dólares y otra en Yugoslavia que rebasa los 630 millones. Sumado esto a las recientes operaciones del Sáhara occidental -141 millones- y El Salvador -más de 13 millones-, supone que la ONU tendrá que gastar este año en sus misiones de paz 2.600 millones de dólares más de los 400 millones que invirtió el año pasado.
Sin créditos
¿De dónde saldrá ese dinero? Los funcionarios de la oficina de presupuestos no tienen otra respuesta más que del bolsillo de los países miembros. La alternativa de permitir a la ONU el acceso a los créditos bancarios ha quedado descartada de momento. Tampoco parece viable la idea de buscar respaldo privado a las misiones de la organización. "Yo no me imagino una operación de paz patrocinada por Pepsi-Cola", dice un responsable de los cascos azules.Shashi Taroor, de nacionalidad india, es uno de los encargados de convencer a las grandes potencias de la necesidad de invertir en paz. "En realidad, el esfuerzo que se les pide no es tan grande. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad gastan 2.400 dólares en proyectos militares por cada dólar que invierten en los cascos azules", afirma. "El coste de la paz es mínimo en comparación con el coste de la guerra", añade. 'Ta misión de pacificación en la guerra Irán-Irak costó lo mismo que el precio del combustible que pueden transportar dos grandes petroleros".
Más que en 1991
En la ONU existen casos de morosos eternos que sirven para demostrar la tacañería de los países miembros. La India, por ejemplo, debe desde hace 30 años su contribución a las fuerzas de paz del Congo. Lo grave, sin embargo, son las resistencias de los grandes países a cargar con el peso económico de las misiones a las que se comprometen.Estados Unidos, que con el 30,38% es el principal contribuyente, tendrá que pagar este año 900 millones de dólares, 800 millones más de lo que invirtió el año pasado. El secretario de Estado norteamericano, James Baker, pidió en marzo pasado esa cantidad al Congreso, donde encontró fuertes reservas.
El segundo contribuyente, Japón, con el 12,44%, parece haberse comprometido a cargar con la mitad de lo que cuesta la operación de Camboya, por obvios intereses regionales, pero, a cambio, quiere que se condonen sus deudas con la organización.
Con el tercer contribuyente -Rusia, 11,43%- prácticamente no se puede contar debido a las dificultades económicas por las que atraviesa. Alemania, cuarto, con el 8,92%, tendrá que hacer frente a los principales gastos de la operación de paz en Yugoslavia, donde colaborarán también los otros dos grandes contribuyentes, Francia y el Reino Unido.
El objetivo de la oficina de los cascos azules es buscar un mayor compromiso de las potencias económicas en aquellas regiones en las que se encuentran más involucradas. Pero no resulta fácil. A veces el trabajo de los recaudadores del edificio de la ONU es un doloroso trasiego de puerta en puerta en busca de dinero para pagar los jeeps de Yugoslavia o el combustible para la operación de Chipre. Muchas veces ese dinero es resultado de un cruce de favores o de influencias. España, por ejemplo, tiene que mostrarse especialmente generosa en misiones como el Sáhara o El Salvador, no sólo por razones de interés estratégico, sino porque quiere un puesto el año próximo en el Consejo de Seguridad.
A trancas y barrancas, los recaudadores de la organización internacional van sacando el presupuesto para las necesidades más urgentes -a veces traspasando dinero de algunas misiones menos necesitadas-, pero lo que casi nunca se puede cubrir es el gasto de los países que aportan fuerzas a los cascos azules. Los que mandan sus hombres a Yugoslavia o Camboya saben de antemano que nunca cobrarán el dinero para el salario de los soldados, su traslado a la zona y otros gastos de infraestructura que pasarán para siempre a las listas rojas de las Naciones Unidas.
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