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¿Ha salvado Italia a Inglaterra?

Desde hace varios meses, la extrema derecha viene ganando votos y escaños en las elecciones de Europa occidental. Si no me equivoco, el máximo nivel se alcanzó en septiembre, en el escrutinio de una provincia de Austria, donde el Partido de la Libertad pasó de recaudar un 5% de los votos en 1985 a recaudar un 17%. Sigue de cerca Francia, donde el Frente Nacional ha rozado el 14% en las regionales del 22 de marzo. Seguida de Alemania, donde el pasado 5 de abril los republicanos de Bad-Würtemberg se acercaron al 13% y donde la Unión del Pueblo Alemán se llevó el mismo día más del 6% de los votos en Schleswig-Holstein. En noviembre, el VIaams Blok flamenco había alcanzado en Bélgica el 6,6%.En el ámbito nacional, las Ligas italianas se sitúan en una zona intermedia, con un total de aproximadamente un 10%. Pero se llevan la medalla de oro con más de un 20% en Lombardía, que supera el 28% en una circunscripción. No obstante, no pueden equipararse con los movimientos de extrema derecha mencionados más arriba. Comparten con ellos su oposición a la inmigración. Pero ella no constituye su elemento esencial, como lo es en el caso de aquéllos. El temor a ser invadidos por el extranjero refleja una crisis de identidad y una angustia de perderla que manifiesta de manera inconsciente el gran miedo que ha suscitado el derrumbamiento de los regímenes de la Unión Soviética y sus satélites. La coexistencia pacífica era tranquilizadora en comparación con la actual anarquía que desemboca en guerra civil en Yugoslavia, en Georgia y en otros lugares.

En las Ligas del Norte se teme menos la invasión de los extranjeros que la de los italianos del Sur. Es el despunte de otra ola que rompe sobre ciertas partes de Europa occidental; la reivindicación regionalista o federalista que se encuentra en Escocia, en el País de Gales, en Córcega, en el País Vasco, en Cataluña, en los länder alemanes. Pero aquí no se trata sólo de la extrema derecha. Ésta apela a estas reivindicaciones o se opone a ellas, según esté inspirada por un nacionalismo más o menos fuerte. La extrema izquierda es a menudo parte implicada, al igual que los integristas de un federalismo europeo que agruparía regiones y no Estados.

En este ámbito, la posición de las Ligas italianas es paradójica. Reclamar una "República del Norte" es soñar con un conjunto artificial, sin alma ni historia. Las regiones, las provincias, las ciudades de Italia, tienen una diversidad de cultura, de tradición, de arte, más rica y más profunda que la que hay en muchos países de Europa. Al mismo tiempo, sus autoridades públicas suelen. tener muchos menos poderes que en otros lugares. Esto es tanto más intolerable cuanto que el Estado central tiene cada vez menos poder. Con lo que el conjunto del país se encuentra casi paralizado. Es natural que las partes más dinámicas del territorio nacional reaccionen con más energía. Pero esta reacción se encerraría en un callejón sin salida si optara por la vía de un federalismo sin raíces.

Las mafias y camorras del Sur son menos perjudiciales, que el extraordinario sistema de nomenklatura enmascarado de democracia que desde hace cerca de 40 años prolifera en la República italiana. Las elecciones sirven para dar a cada lista de la mayoría gubernamental bonos de reparto proporcional de los ministerios, de las presidencias y vicepresidencias de los organismos públicos y semipúblicos, de los bancos, de puestos y privilegios diversos, de donde se derivan redistribuciones parciales a las pirámides de clientelas superpuestas. De esta manera, el Estado se ha convertido poco a poco en un enorme tumor canceroso que corre el peligro de devorar a todo el organismo.

La idea de una República del Norte se ha desarrollado por desesperación ante la imposibilidad de una verdadera reforma de la República italiana. En cuanto esta última sea por fin restaurada, desaparecerá el espejismo de la primera. El éxito electoral de las Ligas refleja la exasperación ante la descomposición del Estado. A este respecto, se dan muchas analogías con los movimientos clásicos de la extrema derecha. Las luchas tribales en el seno de la mayoría socialista en Francia, las dificultades de Alemania a raíz de la reunificación, la parálisis de los Gobiernos belgas y la dislocación del país entre flamencos y valones explican los accesos de fiebre electoral de estos últimos meses. El que éstas no hayan sido más extremistas en Italia es una prueba de la solidez de la sociedad civil.

La ausencia de extrema derecha en el Reino Unido se explica precisamente por la fuerza de un Gobierno que se apoya en una mayoría parlamentaria homogénea y estable, que los electores han elegido y que pueden eliminar. En este sentido, Major debería darles las gracias a los electores italianos: es probable que hayan contribuido a determinar el empuje final de los ciudadanos ingleses que ha hecho posible el éxito imprevisto de los conservadores. Al anunciar la posibilidad de una alianza con los demócratas-liberales y al comprometerse a introducir el sistema de proporcionalidad que éstos exigían, los laboristas corrían el riesgo de hacer que la Cámara de los Comunes resultara ingobernable, puesto que un tercer partido habría impedido permanentemente la formación de mayorías sólidas y el arbitraje de los ciudadanos. En un país en crisis, que necesita un Gobierno fuerte, semejante perspectiva inducía a los indecisos a votar a los conservadores, y es lo que han hecho.

Es concebible, pues, que los resultados de las elecciones italianas, publicados el 7 de abril, hayan podido influir en las elecciones británicas del día 9. Puede que las elecciones francesas del 22 de marzo ya hubieran preparado el terreno al mostrar cómo la proporcionalidad puede hacer volar en mil pedazos una bipolaridad. Pero este ejemplo estaba mucho más alejado en el tiempo, y era mucho menos importante por su carácter regional, y mucho menos dramático por sus consecuencias nacionales. El temblor de tierra que sacudió a la Primera República italiana el 5 de abril ha evitado, probablemente, el deslizamiento del Reino Unido hacia la ciénaga de la proporcionalidad. Y puede que también haya contribuido a impedir que François Mitterrand vuelva a caer en los desatinos de la IV República, puesto que él mismo pensaba volver al sistema de proporcionalidad para impedir o reducir una victoria de la derecha en las legislativas de 1993 como logró en las de 1986. No renunció hasta el 8 de abril, por boca del primer ministro, con ocasión de la presentación de su Gobierno a la Asamblea Nacional.

Italia ha prestado un gran servicio a la Comunidad si ha ayudado a salvar a Inglaterra de una caída y a Francia de una recaída en la Europa de la impotencia de la que ella misma está en cabeza, seguida por Bélgica, Holanda y otros. ¿Conseguirá, a su vez, levantarse por fin? Bastaría con una reforma electoral. Pero una de verdad, la que los electores italianos están deseando imperiosamente como han expresado con su voto del 5 de abril. El camino es muy difícil. Sin embargo, ya no parece del todo impracticable. Por primera vez desde hace más de 30 años.

es profesor emérito de la Sorbona y diputado por Italia en el Parlamento Europeo.

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