Recortes
Que entre la ideología y la economía siempre ganaba ésta última lo sabía hasta Engels. Pero una cosa es ganar a los puntos y otra ganar por extinción del contrario. Ahora ya sabemos que la condición humana ha desaparecido bajo los números y que los Gobiernos despistados prefieren pasar a la historia por su cuenta de resultados antes que por su tono social. Pasaron siglos desde la invención de la esclavitud hasta la creación del subsidio de paro, pero por lo visto ha empezado el tiempo de las rebajas y lo, sociales hoy una enorme chacina que se va rebanando con las cuchillas de una economía de acero.Gobernar no es lo mismo que dirigir una empresa. El objetivo último del empresario es ganar dinero, pero el del gobernante es administrarlo para la mayoría. Uno trabaja con productos, el otro con personas. Y, a veces, entre tanta prosopopeya macroeconómica, nos sobreviene un recuerdo volátil para esas pequeñas cosas del pobre: esa pensión de vejez que apenas si alcanza, ese medicamento que tal vez se haya de pagar, esa ventanilla donde atienden al desempleado. Definitivamente, lo social no sirve para garantizar un buen balance. Entre la chulería de unos y la miopía de otros nos estamos quedando con un Estado de escaparate en el que se habla del crecimiento abstracto a costa de demasiados decrecimientos concretos. Pero pensar en esto, por lo visto, es pura nostalgia, populismo le llaman unos; obrerismo, otros. Empezamos la década renunciando a la quimera, y en un par de años ya estamos renunciando a la propina. Dicen que van a acabar con el fraude, pero lo único que quieren es acabar con el déficit. De nuevo las grandes cifras como rituales de la religión económica. Esas cifras enormes que no sirven cuando una mina se cierra, el alquiler se atrasa, y el trabajo parece más un premio, que un derecho.
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