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Los políticos norteamericanos tendrán que renunciar a sus privilegios

Antonio Caño

Los tiempos del derroche se han acabado en Estados Unidos. No sólo para el ciudadano común, que antes cambiaba de coche cada dos años, sino también para la clase política, que tendrá que renunciar a partir de ahora a privilegios incompatibles con la irritación popular por la crisis económica. Los sacrificios afectarán desde las figuras más preeminentes de la Administración hasta los más desconocidos miembros del Congreso.

Por primera vez desde que ocupa el cargo, el secretario de Estado norteamericano, James Baker, pagó el viernes pasado su billete de avión en clase turista para un viaje privado a San Antonio (Tejas). Su presencia en un vuelo de línea regular causó una gran sorpresa entre el resto de los pasajeros, que le pidieron autógrafos y le pasaron notas con recomendaciones sobre política exterior, y originó serios problemas para los responsables de su seguridad. Cuando llegó al aeropuerto, Baker llamó desde un teléfono público a su oficina en Washington, desde donde le comunicaron con la Casa Blanca.El secretario de Estado anunció que desde ahora utilizará aviones comerciales para todos sus desplazamientos privados. Con este gesto, Baker trata de salir al paso de la polémica desatada la pasada semana por el periódico The Milwakee Journal al revelar que el presidente George Bush había gastado en 26 meses más de 370.000 dólares (algo más de 37 millones de pesetas) del dinero del contribuyente para viajes privados.

Bush advirtió el año pasado, después de que el entonces jefe de Gabinete, John Sununu, perdiera el cargo por ese tipo de prácticas, que todos los miembros de la Administración tenían que ser prudentes en el uso de vehículos oficiales para desplazamientos particulares.

Mejorar la imagen

Esto no es nada comparado con las medidas de ahorro impuestas por el Congreso en un intento de mejorar la deteriorada imagen de sus miembros, que aparecen a los ojos de la mayoría de los norteamericanos como una panda de despilfarradores sin sensibilidad por el sufrimientos del ciudadano común. Una portavoz del senador James Jeffords dijo que lo que se pretende con estas medidas es "acabar con la sensación entre los votantes de que esto es la reproducción de un club privado inglés".A partir de ahora, el medio millar de congresistas -entre senadores y miembros de la Cámara de Representantes- tendrá que pagar 400 dólares al año por el uso de su gimnasio particular, y deberá cubrir las facturas de los médicos del Navy Hospital que los atienden en las propias instalaciones del Congreso. Las medicinas recetadas por esos doctores dejarán de ser gratuitas. Los parlamentarios tendrán que pagar también 10 dólares por los cortes de pelo en su peluquería privada. Asimismo, se acabaron los descuentos en las tiendas, restaurantes, aparcamientos, en el correo y en los transportes.

No debe ser fácil para un senador, uno de los cargos de mayor importancia y tradición en este país, aceptar semejantes renuncias, pero todo el mundo está de acuerdo en que las principales instituciones norteamericanas necesitan limpiar su imagen.

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En un año electoral, esta sorprendente y desaforada pasión por el ahorro promete convertirse en una verdadera guerra de austeridad entre la Casa Blanca y el Congreso, donde existe una gran irritación desde que se destapó hace varias semanas el escándalo de los congresistas que pagaban con cheques sin fondos.

El presidente de la Cámara de Representantes, el demócrata Thomas Foley, advirtió que estos sacrificios, voluntariamente aceptados por el Congreso, dejan a los parlamentarios en mejor situación para criticar los excesos del propio presidente Bush, a quien llamó "el rey de los privilegios", y del vicepresidente, Dan Quayle, a quien calificó como "el príncipe heredero de los privilegios".

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