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Visite nuestro bar

Sólo dos cines de los 100 que hay en Madrid salvan al espectador del bombardeo publicitario

Francisco Peregil

Despúes de pagar hasta 600 pesetas por ver JFK, el espectador de Madrid ha de soportar el último anuncio de Coca-Cola, el de la tienda de muebles que le espera en un kilómetro de las carreteras más inverosímiles, el del camarero cortando jamón en el imperio del Jabugo, o el más irritante aún en el que la propia sala anuncia un "visite nuestro bar". En muchas ocasiones transcurre media hora antes de la película. Sólo dos empresas de multicines -Renoir y Alphaville- de los más de 100 que hay en Madrid se han opuesto a la publicidad, según confirman las distribuidoras de anuncios.

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El propietario de Lauren Films (cines Rosales, Lumière, Madrid, Imperial y Fuencarral) Antonio Llorens, contrata publicidad en todas sus salas, pero se apunta el primero a despotricar sobre el efecto pernicioso de los anuncios.Llorens cree que el cine es el cine, y para lo demás están la televisión y algún canal privado. Ha intentado resistirse a lo anuncios, pero sucumbió hace dos años. "Mientras yo hacía el tonto perdiendo ese dinero, otros se forraban; así que, como una flor no hace la primavera decidí ganar dinero igual que todo el mundo". Y ganar dinero significa ingresar medio millón de pesetas anuales en cada sala.

La tarifa varía en función del prestigio y audiencia del cine. Al dueño de las salas Renoir, Enrique González Macho, le ofrecieron siete millones de pesetas al año por proyectar siete minutos de publicidad diarios en cada película, y contestó que por nada en el mundo lo haría. "La gente paga 550 pesetas por ver una película, y punto. Sólo anuncio avances de películas, porque eso sí es información y cine. Lo demás no cuenta en los Renoir".

Mariel Guiot, directiva de la companía propietaria de las salas Alphaville, asegura que no tendría ningún problema en contratar espacios publicitarios siempre que cumplieran requisitos artísticos. Pero ésos salen caros y poco rentables para las agencias. Un directivo de Movie-record, agencia que abarca un 75% del mercado, lo reconoce, "No nos compensa ese tipo de anuncios, cuestan demasiado".

"Algo nocivo"

La mayoría de los profesionales relacionados con el negocio del cine, salvo los dueños de las distribuidoras de publicidad, coinciden en calificar la publicidad como "algo nocivo para el séptimo arte". Por ejemplo, el coordinador de la cadena Rizábal, José Cabrera, que posee 11 salas en la capital (Palacio de la Prensa, Callao, Bilbao...), reconoce que la publicidad molesta y es incómoda, pero asegura que el espectador siempre la elude, porque llega tarde a las sesiones.En esto último no están de acuerdo los responsables de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) y de la Confederación Estatal de Consumidores y Usuarios (CECU). Para ellos, el problema radica en que muchos cines no anuncian la diferencia de horario entre el comienzo del pase y el de la película, con lo cual llegan un cuarto de hora antes y se meten. Si los espectadores renuncian a ver la publicidad o los avances de las películas, corren el riesgo de sufrir tortícolis. Salir de la sala supone toparse después con que sólo hay una fila libre.

José Cabrera, coordinador de 11 cines, asegura que su empresa envía a la prensa los horarios del pase de la publicidad y de la película y que si no sale publicado es por culpa de los periódicos. "Como la cartelera es gratuita, y no la pagamos los empresarios, los periódicos sacan lo que quieren", dice Cabrera. Sin embargo, la práctica común en la mayoría de los diarios es que se anuncie la información que envían los cines, sin añadir ni quitar nada en cuanto a horarios.

Aunque alguna publicidad en el cine puede tener calidad, el propietario de los Renoir no quiere oír hablar de anuncios por muy artísticos que sean. Ni de eso ni de palomitas. Afirma que su cine ha dejado de ingresar mucho dinero por no dejar comer allí. Asegura conocer empresarios que ganan más con las palomitas que con la taquilla. "Lo más caro de las palomitas es el vaso. A partir de ahí todo son beneficios".

González Macho compara la publicidad con la limpieza: si no hay publicidad -o la sala está limpia-, la gente no lo nota ni lo agradece, pero si un día se emiten anuncios -o el suelo está sucio-, la protesta es unánime.

Para luchar contra el abuso publicitario no existe normativa alguna al respecto. Es decir, que si en Navidad el espectador ha de aguantar un cuarto de hora de anuncios de champaña no tiene defensa. Tampoco existe en el Ministerio de Cultura ningún proyecto para incentivar con dinero a los empresarios que renuncien a la publicidad. Recientemente el ministerio dio unas cifras alarmantes: se han cerrado en la última década 10.000 cines en España.

Pero Cultura no hace nada por cambiar la situación. Ni incentiva a los que rebajan precios en primera sesión o a estudiantes, ni ayuda a los que exhiben cortometrajes en los que se da cancha a los jóvenes realizadores; ni a los que prohiben comer en las salas -una vez más, sólo son los Alphaville y los Renoir-. Estos últimos, además de renunciar a un importante fuente de ingresos, invierten en la adquisición de cortos.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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