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Reportaje:LAS CUATRO ESTACIONES

La mirada de Atocha, llena de fotos

La terminal de trenes del sur de Madrid recupera sus personajes más típicos

Francisco Peregil

Un hombre con chorizos en una mano y la maleta hinchada atada con una cuerda puede ser una foto. Otra: un militar con el petate, la cara de anuncio de turrón y el brazo enroscado a la cintura de una sirvienta. Ella se convertirá en la hija de un general cuando el soldado lo cuente a sus amigos. En la foto, el tren siempre aparece al fondo. Claro. Más de lo mismo: un estudiante con granos en la cara y los libros que recuperó tras empeñarlos en el Monte de Piedad. No todo era así, pero casi.

La perestroika entró en Madrid con la nueva estación de Atocha. Hace 40 años, gente como el pintor Cristino de Vera iba a Atocha con el ingenuo propósito de darse unos chapuzones entre los brazos de las chicas. "Todo el mundo pensaba", explica el pintor, "que nos estábamos despidiendo, y lo cierto era que huíamos de los serenos y los vigilantes, que te llegaban a golpear con la linterna cuando te pillaban besándolas".Atocha no sería nada sin sus pensiones; y sus pensiones, nada sin sus public relations, que todavía se dejan ver. Barba de dos días y la chaqueta raída. Las manos sucias alargándose hacia el viajero con una tarjeta en la que se lee el nombre de pensión Pepe, por ejemplo. Ellos se encargaban de acarrear a los más despistados hacia pensiones donde no se precisa el carné de identidad para dormir.

Entre la vieja y la nueva Atocha hay pocos metros y muchos años de calamidades. La vieja era de hierro y fea. La nueva, muy maciza pero menos fea. Todos los días salen y entran 1.300 trenes pisados a diario por 110.000 viajeros, que se dice pronto.

Mucho ruido

Toda esa gente comprando periódicos, revistas, llamando por teléfono -hay más de 30 cabinas-, tomando café o pinchándose, que también los hay, arman mucho ruido. "Sí, hombre, sí", explica un dependiente, "por la tarde viene mucho chorizo que se lleva las maletas de la gente, y otros que se inyectan". En cualquier caso, la comisaría queda cerca, justo a la entrada.Las revistas Pronto y Teleindiscreta son las preferidas de los lectores. "Es de risa, pero es así", asegura la dependienta de uno de los puestos. A ella le piden maquinillas de afeitar, compresas y condones. "Todo lo que usted se pueda imaginar pide la gente, pero, claro, tenemos prensa y poco más".

La de Atocha, gracias a su servicio de cercanías, es la estación más frecuentada de España. Ante los retrasos de trenes, la gente de Móstoles, Parla y Fuenlabrada, por ejemplo, ha tenido ocasiones para demostrar que aún hay clases. Más de una vez se han encaramado a la vía y han dicho: "No nos movemos, coño, y no pasa un tren hasta que no arreglen este desaliño". Al final, lo consiguieron; Renfe instaló más y mejores trenes.

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En cuanto a los homosexuales eternos, parece que se fueron o los echaron. Alguno queda que protesta en el libro de reclamaciones diciendo que es cristiano (subrayando las tres últimas letras) y que con su cuerpo hace lo que quiere. Los responsables de la estación lo saben, pero levantan las manos triunfalistas y dicen que por fin se han ido a otra estación. ¿Cuál? "La del Sur, la de autobuses", responden.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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